lunes, 10 de marzo de 2014

Escape Plan (2013)






Con: Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, Jim Caviezel, Faran Tahir, Amy Ryan, ¡Sam Neill!, ¡¡Vincent D’onofrio!!, Vinnie Jones… y el invalorable aporte actoral de Curtis Jackson, como el implacable e irrelevante “Hush”

Dirección: Mikael Håfström


Resulta que mi primo, que se ve que se aburre con gran facilidad, en esta ocasión se pone en la piel del temerario Ray Breslin, suerte de moderno Houdini de prisiones de máxima seguridad que comete delitos adrede para ingresar en dichos penales y así poder escapar con el fin de visitar, una vez escapado y con su socio D’onofrio, a las empresas que construyen cárceles inviolables de máxima seguridad y mostrarles dónde cometieron el error y cómo pudo escaparse para venderles entonces el kit para armar la cárcel más inviolable del mundo y llenarse de oro.

Y tal es su pericia, profesionalismo, carisma y talento de escapista que escapa sea como sea, que el propio FBI lo contrata para meterlo de prepo en la unión carcelaria más complicada, más zarpada, más inviolable y más inaccesible que usted haya visto y que exista en todo el cosmos. Esta cárcel está construida de una novedosa manera que deja en el pasado y en el olvido más descartable a cualquier otra cárcel inviolable, sea esta cual fuere. Pero para poder recibir el presupuesto del gobierno de los Estados Unidos de América y así poder ponerla en funcionamiento, primero debe pasar la prueba “Ray Breslin de sellado perfecto”, y ¿qué mejor que contratar al viejo escapista para encerrarlo dentro y esperar a que escape o se rinda detrás de los barrotes? Pues nada, así que una bella agente del FBI visita las oficinas de Breslin Escapes & Co. y le ofrece 2,5 millones por el trabajo. Mi primo acepta, contento (yo hubiese agarrado viaje igual, me vendrían muy bien 2,5 millones de dólares en este momento) mientras que su secretaria no queda conforme y su técnico de computación (que es quien siempre asiste a Sylvester desde una locación remota) también denota intranquilidad en su rostro de mal actor que carga con estoicismo Curtis "50 Cents" Jackson sin excusa aparente.

Luego se preparan para el nuevo trabajo, Curtis implanta en el hombro de su jefe un chip con GPS para saber dónde lo llevarán, Sly saluda con un tierno abrazo a su secretaria y a D’onofrio, y parte al centro de New Orleans, meca de toda nueva película mala que se geste luego del huracán Katrina, para esperar a que lo recojan con la combi que lo trasladará a su nuevo destino. Pero dicho vehículo, lejos de ser del estilo Manuel Tienda León y conducido por algún jubilado joven de camisa blanca, corbata y vaqueros gastados, es una camioneta negra, amenazadora e infestada de intimidantes fornidos muchachos que, tapando con cobardía y pasamontañas sus rostros, secuestran al viejo Sly, lo meten dentro de una patada en el culo y de inmediato le tajean el hombro para extirparle el chip que señala su ubicación, aplástandolo contra el suelo de la camioneta y destruyéndolo por completo. Y claramente lo han roto, porque en las oficinas de Stallone, la pantalla de la notebook deja de mostrar el puntito rojo que paseaba las calles del plano de New Orleans con un seco ¡Puchík! (sonido cibernético que hace un chip cuando desaparece aplastado por la culata de un revolver).

Horror. Clamor. Candor. Confusión. Y ahora, quién podrá defenderlo

Esto preocupa en demasía a Secretaria, quien increpa a D’onofrio entrando de prepo en su oficina, reclamándole que ahora no podrán saber nada de Sly y que a él sólo le importa la plata, cosa muy cierta, por cierto, de lo contrario no hubiese aceptado colaborar en esta insensatez.

En eso, la camioneta llega a un puesto en donde cubrirán la cara tuneada de nuestro pariente para subirlo a un helicóptero, sedarlo y así depositarlo en su destino final mientras Secretaria vuelve a la oficina de Curtis y le pregunta si volvió a recibir la señal del puntito rojo, pero Curtis, sin mirarla, le manifiesta que “sigue igual que ayer. No puedo encontrarlo”. La joven insiste con preguntas necias y sin sentido de toda película malísima y le espeta: “¿Hiciste el diagnóstico del sistema?”, y Curtis responde otra obviedad: “2 veces”, a lo que la muchacha, ya presa de la más cruel escena pelotuda del mundo le clava: “Hazlo otra vez(¿Con qué fin, Secretaria? ¡Claramente le han extirpado el chip del hombro!, ¡ustedes fueron testigos de cómo el puntito rojo desapareció para siempre!, ¿para qué seguir dando vueltas sobre algo que no se revertirá?).

Y mientras Curtis y Secretaria pierden tontamente el tiempo para conseguir necesarios minutos de relleno, Sly llega finalmente a la cárcel que deberá auditar y despierta de su sedación. El lugar es hermético como nada que usted haya visto en su vida, un frasco de mermelada La Campagnola cerrado al vacío no está lo suficientemente cerrado al vacío como esta mega cárcel que aún no ha sido aprobada por el Senado pero que, paradojicamente, ya está súper poblada de los más recios, viles y crueles asesinos seriales de todo el planeta, custodiados por docenas de absurdos policías enmascarados que acatan las órdenes de Hobbes, el director carcelario más macabro que usted haya conocido, quien recibe a Sly y le dice que, de ahora en adelante, él le pertenece, y que nada de lo que diga o haga hará que deje de azotarlo, golpearlo y ajusticiarlo por mano propia y la de sus enmascarados súbditos. Sly, confundido y alelado, le dice que espere, que se rescate un toque, que él venía a ver cómo hacer para escaparse de ahí, que el FBI lo mandó para eso. Pero Hobbes no puede siquiera concebir lo que acaba de escuchar y envía a nuestro primo a una celda de penitencia, un cubículo de metal donde el penitente deberá soportar por horas el alumbramiento de unos focos como de cancha de fútbol que iluminan el metro cuadrado del nicho para volverlo loco y darle un color caribeño a su piel.

Sly no puede creer su mala suerte, nunca le agradó la piel tostada y todo ha sido una terrible confusión. Ahora deberá escapar sí o sí del lugar para poder mantenerse con vida, así que aprovecha su estadía en el cajón de la penitencia para advertir unos remaches que bien podrían ser descabezados si alguien le consiguiese un pedazo de metal redondo de tres pulgadas. Así que, al salir y disfrutar de su primer recreo en compañía de montones de presos políticos peligrosísimos, se hace amigo de Arnold Schwarzenegger, uno de los presos peligrosísimos, quien le cuenta que le puede conseguir lo que sea. Esto es medio raro, porque se nota que aquella es una cárcel nunca vista, muy nuevita, de recontramáxima seguridad y que ni siquiera debería aún poseer un stock tan caudaloso de reos. Y el procesado que consigue cosas, en general, es un tipo que hace años está cumpliendo condena en el mismo lugar, ya se conoce todos los yeites del predio e hizo migas con el cocinero, con el portero, con el lavandero y la mar en coche, así que bastante absurdo y pelotudo el rol de “conseguidor de cosas” de Arnold Schwarzenegger.

Sly acepta y le pide el disquito de metal de 3 pulgadas, cosa aún menos accesible para una cárcel en donde ni siquiera hay trabajos comunitarios ni nada de eso, pero Arnold Schwarzenegger misteriosamente se las sabe todas, así que le dice que le dé una piña, que monten una tonta pelea y así poder terminar los dos en el cajón de la penitencia. Rocky lo pone. Los policías caretas los encarcelan.

Días de tortura lumínica más tarde, Arnold vuelve al recreo y se sienta con el viejo Sly como si fuesen grandes amigos ante la mirada necia de los Policías Caretas, que solo fueron contratados para menear unos rifles y no tener ni objetividad ni criterio alguno sobre lo que deben custodiar. Tanto Stallone como Schwarzenegger bien podrían haberse puesto a jugar al elástico como niñitas en medio del playón de recreo y los policías con careta no hubiesen visto esto como algo raro luego de que semanas atrás debieron separarlos entre varios de las piñas que se daban, así que continúan meneando sus rifles con la parsimonia de un zombie mal contratado.

Entonces está todo listo para el segundo paso, Sly ya tiene su disco de metal de tres pulgadas que Arnold encontró justo debajo del escritorio del malvado Hobbes (¿?) y ahora solo resta montar una nueva pelea de recreo para volver al cajón de la penitencia, donde gracias a la potencia descomunal de los focos lumínicos sumada a la destreza de nuestro escapista que con el disquito refleja la luz de los lamparones en las cabezas de los remaches para descabezarlos, conseguiremos un práctico escape por una tubería extrayendo un chapón del suelo.

Experiencia. Maña. Habilidad inusitada. Cárcel no tan inviolable. Viva Rocky.

Y no hay tiempo que perder. Sly recorre los pasadizos del lugar mientras Schwarzenegger grita en alemán un montón de inconveniencias que a cualquier guardia cárcel bien preparado le hubiesen servido para advertir que aquellos gritos no eran otra cosa que una tonta y trillada forma de llamar la atención y así descuidar otros flancos, pero a pesar de que la cárcel es la de más máxima seguridad de la galaxia toda, los policías no son, vamos a decir, los tipos más inteligentes que ha alumbrado este mundo.

Así que Sylvester logra salir a la superficie y ve con pavor que se encuentra en un inmenso transatlántico en medio del puto océano, así que vuelve a su cajón de la penitencia como si esto fuera lo más fácil y rápido del mundo. Cumple su semana de purga y, al regreso a los recreos colectivos, pergeña de la manera más tonta que usted pueda imaginar, el escape, con Schwarzenegger y un árabe más bueno que Laura Ingalls en misa mientras, en tierra firme, Curtis 50 Cents Jackson, presa de un momento de gran fluidez en su intelecto, decide googlear “Encarcelamiento privatizado” + “Fuera de la ley” y le sale en Wikipedia: “La Tumba” (Al final tanto chirimbolo sofisticado y tenías que usar el Google, Curtis ¿Quién escribió esta historia? ¿Mi abuela Mary? ¡Dios!). Así que imagina que su jefe seguro está ahí pero ya es tarde. Sly logró escapar gracias a su pericia y la ayuda de Schwarzenegger y el árabe y termina arribando a las costas de Marruecos luego de hacer explotar por el aire a Hobbes mientras Secretaria y Curtis duermen a D’onofrio, lo meten en un auto y lo encierran en un container con destino a no sé dónde y la película termina con el otrora gran actor dramático gritando como un pelotudo dentro de un container en medio del océano con rumbo incierto.

Diga que quiero mucho a mi primo y que odiaría tener que dejar de comer los tallarines con tuco que hace su madre cuando nos juntamos una vez al año en su casa de Vermont mientras degustamos unos vermouths, que si no, es para pegarle un contundente cachetazo en la frente.


Le pongo 2 Juanpablos, la escena en donde Schwarzenegger, el árabe y él sonríen a la cámara de vigilancia es graciosísima, pero es lo único.

PD: Nunca jamás, durante el transcurso de toda la película, ni Stallone ni Schwarzenegger cargan con esos impactantes fusiles-metralleta que blanden en el póster del film.

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