viernes, 6 de junio de 2014

Metegol (2013)





Con: Pablo Rago, Horacio Fontova, Fabián Gianola, Diego Ramos, David Masajnik, Miguel Ángel Rodrígez, Coco Silly, Gabriel Almirón, Federico Cecere, Roberto Kim Fukara, Marcos Mundstock, Jorge Troiani y gran elenco 

Dirección: Juan José Campanella


Estreno de la Semana

Abrigado con un pesado capote de prejuicio pasé este último mes evitando alquilar Metegol por el gran respeto y cariño que siento hacia Juan José Campanella y por mi irrefutable convicción de que había metido la gamba hasta el fémur intentando despuntar su vicio de director en una película de dibujitos que seguro no estaría a la altura de sus competidoras yankies y que no habría podido siquiera acercarse a un bosquejo al menos voluntarioso. Y finalmente la semana pasada la alquilé, el martes.

Y el jueves.

Y el finde, para volver a disfrutarla con mis hijas adolescentes.

Impresionante. Emocionante. Excelente. Inigualable. Suprema.

Más allá que arranca un poco asustadiza y los personajes no consiguen meterse de lleno y de inmediato en nuestro corazón (toda la primer escena en el bar donde el Amadeo niño pelea contra el chico habilidoso del pueblo no está del todo bien y no merece formar parte de lo que viene luego, tan supremo como uno no podría haber imaginado ni siquiera sabiendo el nombre de su director), pero una vez pasado este "apenas desajustado" momento, comienza entonces una película argentina de dibujitos argentinos, con una entrega monumental de todos y cada uno de aquellos que se prestaron a colaborar –se me ocurre que sin saber dónde llegarían-, donde las escenas de 2001 Space Odissey futboleras, mezcladas con los emocionantes relatos deportivos de José María Muñoz en la voz del gran y olvidado Jorge Troiani consiguen que uno viaje al pasado, a la época pre Maradona, donde el fútbol era fútbol sin tanta obscenidad y despilfarro económico de por medio, esa era tan lejana donde quienes tenemos más de 40 hemos sido marcados a fuego con los emotivos relatos del gordo Muñoz, quien fuera aún más creativo que el hoy errado Víctor Hugo Morales, todo esto mechado con la música parecida a la del Mundial ’78, más el intendente, que escapa en helicóptero, bien argentino…, o los reporteros esperando en la reja de la casa del Groso como en lo hicieran en la del Diego, o el aire fumón del Loco, o la tercera persona del Beto, o las estúpidas rencillas habituales de competencia deportiva nacional, o el cordobés y el coreano, o el Capi, cuando salta ayudándose con el resorte del servilletero de bar argentino para rescatar a los Malparitti, a quienes no pude dejar de asociarlos toda la película con los hermanos Killer, más la destreza lograda en los movimientos dentro de la cancha, o la escena del Chino mirando el teclado de la puerta de seguridad como lo hiciere Billy en Predator, o los Sponsors (indi frundi di schengen, me morí), o el gol de Maradona en el ’94 sumado al quejido Chuwakezco de Doble Eje cuando le dan en las pelotas, o el comentario del cordobés: “El horror, hermano. El horror”, de Apocalypse Now, todo regado con algunas “rabonas” sacadas a Toy Story, Los Increíbles, Rocky IV y hasta Top Secret… Realmente no esperaba esta película de Juan José Campanella y ya estaba absolutamente convencido de que jamás podríamos construir un film de dibujitos que pueda al menos sentarse con timidez a la mesa de las grandes producciones yankies, y esto es mejor que cualquiera de aquellas películas, porque en lo tecnológico no tiene nada que envidiarle, porque no sólo está a la altura sino que encima es nuestra. Porque los movimientos faciales son argentinos, porque el Capi mira como lo hubiese hecho el propio Pablo Rago, porque el Beto es Gianola en pinta, porque el Loco mueve la boca, la nariz, los labios y el bigote como si hubiesen dado vida a un negro Fontova de plomo, y eso es más que suficiente para quedar completamente extasiado con Metegol, una película nuestra que le pasa el trapo a cualquier otra, que está genial, donde Diego Ramos encuentra la horma de su botín con su admirable rol de futbolista exitoso y vacío, con un Coco Silly que vuelve a su veta más fresca, reivindicándose.

Y donde no podría enumerar todo lo que amé de esta hermosa película para chicos que nos cuenta un cuento maravilloso sobre el fútbol de antes y el de ahora, que no hace más que hacernos llorar como niñitas a aquellos que, como mi caso, nacimos en la década del ’70 o más atrás, donde el fútbol lo relataba José María Muñoz y donde en la cancha había de todo, desde virtuosos insuperables hasta borrachos o drogones perdidos que incluso jugaban mejor intoxicados y no existían ni el antidoping ni Wanda Nara.

Le pongo cien millones de Juanpablos, cuando creí que no pasaba de un simple tres, o un cuatrito como mucho.

Gracias, Juanjo. Sos un Grosssso.




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