lunes, 10 de noviembre de 2014

Frogs (1972)





Con: Sam Elliott, Ray Milland, Joan Van Ark, Adam Roarke, Judy Pace, Lynn Borden y un montón de ranas toro

Dirección: George McCowan


Resulta que una bella tarde de verano, Sam Elliott, el famoso cowboy de bigotones y recia estampa que todos conocemos quien cuando era joven era un alarmante clon de Juan Martín del Potro consiguiendo que ni bien apareciera en escena saltemos de nuestras butacas exclamando: “¡Juan Martín del Potro!”, viene navegando su humilde canoíta meta sacarle fotos a los reptiles del lugar -está muy ensimismado con su tarea y la escena es flor de bodrio lento como comentario de Juan José Paso- cuando de pronto el director nos muestra con vértigo a unos jovencitos ricachones quienes, cerveza de lata en mano, dibujan las más arriesgadas cabriolas con su potente y exclusiva lancha deportiva tan contrastante con la humilde canoa de nuestro simple Juan Martín, quien sonrisita, camisa vaquera y cámara de fotos en mano, intenta sorprender a una rana para tomarle una foto.

Luego, lo inevitable. Juan Martín, volviendo de su día de trabajo en la canoa debe cruzar el río y los jovencitos alcoholizados le pasan por encima, dándole vuelta la canoa y haciéndole perder no solo su completo día de trabajo, sino también su cámara y sus pertenencias.

Por suerte Juan Martín ha salido ileso, solo un revolcón en el agua y unos vaqueros mojados. Los jovencitos ricachones son boludos pero buena gente, así que lo socorren y lo invitan a la mansión donde viven para que pueda cambiarse de ropa, darse un baño y hacerse del dinero necesario para reponer su equipo fotográfico. Pero cuando llega, el pudiente muchachito lo presenta con su abuelo, dueño de la mansión y de las vidas de todos aquellos que habitan su morada, quien lo recibe con cara de muy pocos amigos y con una mala actuación que sin dudas ha sido la estrella de aquellos setentas.

Juan Martín nota el descontento, pero no se aflige demasiado. Solo necesita una ducha, un par de pantalones, una camisa y ver de empomarse a la hermana del pudiente muchachito, quien incluso en la lancha ya lo miraba con hambre de sexo casual.

La mansión es bellísima, y los actores del reparto, horrorosos. No saben ni pararse con estilo. El abuelo, en perenne silla de ruedas, utiliza una manta para taparse las piernas y ordena que le sirvan un Campari detrás del otro mientras su nietos, todos tipos en sus treintas que no tienen lo que hacer, juegan al croquet haciendo honor a su apellido (son los Crocket's) y beben vodka luciendo camisas con los cuellos más impactantes que usted imagine. Y todo es placer y lujos, salvo por el tedioso e infumable croar de miles, qué digo miles, millones de ranas toro que han copado la isla y acechan a los humanos en clara posición de ataque.

Pero ni la familia, ni los sirvientes ni el invitado toman nota de esto. Una rana nunca le hizo daño a nadie, así que de pretender llamar la atención quizás deberían haber portado armas, o ponerse a hablar en húngaro, pero ¿acechar con esos ojos saltones y nada más? Qué sé yo...

Y el ruido, decía, es tan molesto que no deja dormir a estos ricachones. Y todos elevan quejas al abuelo y le solicitan volver a la ciudad, pero en dos días el abuelo cumplirá equis cantidad de años, y una vieja y persistente tradición familiar obliga a pasar esa semana todos reunidos en la mansión de descanso. Así que Abuelo pide a Juan Martín que vea de terminar con el flagelo de las ranas. Juan Martín es fotógrafo, no fumigador de ranas, pero acepta el reto y se interna en el bosque, intentando descubrir por qué carajos hay tanta cantidad de ranas toro alfombrando el condado. Pero al poco tiempo descubre con pavor -con el pavor que podría describir en su rostro Juan Martín del Potro- el cadáver masticado por ranas (le juro) del jardinero de la mansión, así que Juan Martín vuelve y le informa esto a Abuelo en privado, quien le agradece no haber mencionado el tema delante de todos porque una vieja tradición familiar obliga a la familia a pasar la semana de su cumpleaños meta tomar alcohol y dar órdenes a los sirvientes hasta el día de su aniversario. Juan Martín no comparte la idea de continuar adelante con los festejos pero advierte que al viejo no le afecta en lo más mínimo la muerte del jardinero y que no va a deponer su actitud de continuar con la fiesta de cumpleaños.

El problema es que las ranas ya dieron órdenes a los demás reptiles (iguanas, lagartijas, cocodrilos y víboras del lugar) de que tomaren cartas en el asunto y liquidaren de una vez a toda la familia.

Así que un nieto va a buscar unas azaleas para un arreglo floral al invernadero y las iguanas le tiran frascos de veneno (si no me cree, véala, está en Netflix), asfixiándole. Juan Martín, al descubrirlo le informa su deceso a Abuelo, quien le agradece que se lo haya hecho en privado para no levantar la perdiz y poder continuar con los festejos. Juan Martín no puede creer el temple frío de este viejo lisiado, pero tampoco puede hacer nada. Él es sapo de otro pozo y solo puede esperar que alguien le dé un aventón y lo saque de allí en el momento justo en que otro familiar grita de espanto. Otro nieto ha sido asesinado y se encuentra muerto y enfundado en telas de araña. Juan Martín, al descubrirlo le informa su deceso a Abuelo, quien le agradece que se lo haya hecho en privado para no angustiar a los demás invitados y así poder continuar con los festejos. Juan Martín no puede creer el temple frío de este viejo, pero tampoco puede hacer nada. Él es sapo de otro pozo y solo puede esperar que alguien le dé un aventón y lo saque de allí en el momento justo en que otro familiar grita de espanto. La abuela de la familia, o la madre de los nietos –no me queda claro, es una vieja- salió con su red atrapa mariposas en busca de una que le faltaba en su colección y ¡zas! ¡Miguel Mateos!, una víbora cascabel le muerde la cara. Juan Martín, al descubrirla, le informa su deceso a Abuelo, quien le agradece la discreción de no andar contando esto a boca de jarro para no preocupar a los demás familiares y así poder continuar con los festejos. Juan Martín no puede creer el temple frío de este viejo, pero tampoco puede hacer nada. Él es sapo de otro pozo y solo puede esperar que alguien le dé un aventón y lo saque de allí en el momento justo en que otro familiar grita de espanto. Y a pesar de que usted no lo crea, Juan Martín, al descubrirlo le informa su deceso a Abuelo, quien le agradece que se lo haya hecho en privado para no llamar la atención de los demás comensales de manera de poder entonces continuar con los festejos.

Y ya no queda nadie en la mansión. Todos han muerto a excepción de la jovencita que desea que Juan Martín la penetre de una vez, Juan Martín, dos pendejitos que trabajan muy mal sus papeles y el viejo cabeza dura, quien no se doblegará ante la incesante lluvia de infortunios que están amenazando con cancelar los festejos. Y a pesar que tanto Juan Martín como Muchachita le aclaran que ya no habrá cumple y que ellos se las toman, invitándolo a que fuese con ellos, el viejo desecha el convite, se sirve un enésimo Campari y se queda mirando por la ventana como su nieta, Juan Martín y sus bisnietitos huyen del lugar mientras una horda incalculable de ranas toro copan la mansión, toman el estudio donde el viejo se está mamando y, aparentemente, lo matan. Digo "aparentemente" porque lo que se ve es que el viejo pone cara de espanto, cae al piso y unas ranas le saltan encima.

Mientras tanto, cerca del lugar, Juan Martín, Muchachita y ambos retoños logran escapar de las ranas y encuentran ese aventón que hacía tanto les venía siendo esquivo.


Le pongo 3 Juanpablos. La sola idea de haber pergeñado esta estúpida historia merece tanta cantidad de puntos, de lo contrario se llevaba solo un cero.


No hay comentarios:

Publicar un comentario