Con: Sam
Worthington, Elizabeth Banks, Anthony Mackie, Jamie Bell, Génesis Rodríguez,
Titus Welliver, Edward Burns y la absurda participación estelar de Ed Harris
Dirección:
Asger Leth
Resulta que Sam Worthington, el famoso actor del
momento que no entiendo por qué tiene tanta fama si es petiso, medio gordito y
actúa pésimo, está encanado. Cumple una pena en prisión por un terrible atraco
que le cometió hace unos años a Ed Harris, que está más de vuelta que Graciela Alfano y aceptó
trabajar en esta estupidez por su flagelante condición de “hombre re de vuelta
y pa' lo que guste mandar”, al que le sustrajo un diamante costosísimo y grande
como el puño de un bebé.
Así es que
Anthony Mackie (y recuerde bien este nombre y anótelo con birome roja, porque lo
vi actuar en dos ocasiones y es un éxito seguro, donde trabaja este negro hay una
película muy mala detrás) lo va a visitar a prisión y le dice que su padre está
muy mal, que ya se muere. Y que pida que lo dejen salir para poder
visitarlo. Y lo dejan salir, pero para ir al entierro, porque esa misma noche
su padre muere.
Entonces Worthington
está esposado con su trajecito de preso de color naranja en compañía de su hermano menor y la
violenta yegua que hace de novia de éste último que, encima, y usted no podrá
creerlo, es la hija del Puma Rodríguez, y están ahí, todos compungidos por la
muerte del viejo. Y el cura dice unas neutras palabras y la escena no tiene
nada que envidiarle a la que abre “Plan 9 from outter space”, de Ed Wood, de lo mal
hecha que está. Y cuando el cura se va, Worthington y su hermano comienzan a
pasarse facturas y se cagan bien a trompadas y los canas que lo escoltan para
meterlo de nuevo en prisión intentan separarlos y en un momento de confusión Worthington
le quita el arma a uno y se pianta en una camioneta.
Y la
película viaja a un futuro muy cercano, unos meses nomás, en donde Worthington
se hospeda en una habitación de un viejo pero lujoso hotel de New York, pide una
excéntrica comida que no prueba, anota en un papelito “Adiós, mundo cruel”,
quita todas sus huellas dactilares de la habitación, abre la ventana y se manda
a la mucheta que hay del otro lado, que mide unos 50 centímetros. Y se queda
ahí, de espaldas a la pared mirando con pavor hacia la calle, donde 25 pisos
más abajo, los transeúntes ya lo avistaron y empiezan a señalarlo y a llamar a
la policía, que viene de inmediato y se asoma por la ventana para intentar asirlo, pero Worthington
tiene un requisito inamovible para acceder a hablar con la ley, solo va a
escuchar los consejos de Elizabeth Banks, que es una mujer policía que
hace muy poquito tuvo un accidentado rol de “mediadora” donde murió un suicida
al que no logró convencer.
El cana, perplejo, se hecha para atrás y lo
mira, arrugando la cara, como diciendo: “¿Justo con la boluda esa querés hablar? ¿no sabés que
hace muy poquito dejó que un tipo se tire del puente tal porque no lo convenció
y ahora es evitada por todo el escuadrón y cada vez que la vemos le recordamos
lo idiota que es haciendo honor a cada una de las películas de policías mal
actuadas en donde siempre hay uno que es vastamente criticado por el resto
porque cometió un terrible error en lugar de apoyarlo y brindarle una mano
comprensiva siendo que un error puede cometerlo cualquiera?”. Pero Worthington no
da el brazo a torcer, y le dice que si en media hora no viene Banks, él se tira
y chau Pinela.
Así que el
cana llama de muy mala gana a Banks, que duerme despatarrada y anestesiada a
media mañana por los barbitúricos mezclados con alcohol que ingirió para
olvidar el terrible momento que está viviendo al sentirse culpable de la muerte
de aquel suicida y le dice que vaya, que hay otro loco que quiere morir gracias
a sus desacertados comentarios.
Y mientras
esa media hora transcurre, la policía está intentando revelar la identidad de
este hombre sin conseguirlo y Banks actúa muy mal su papel de “mujer perturbada
por su pasado reciente” y se toma un taxi y va de mala gana a encontrarse con
el escuadrón, que apenas la ve, la empieza a señalar y mirar con mala cara,
como diciendo “ahí va la pelotuda esa que hace unos meses dejó caer a un suicida
de aquel puente” o “Qué tipa pelotuda, dios mío”, o “¿A ésta llamaron?, ¿qué
quieren?, ¿pintar de rojo la vereda del hotel?”.
Entonces sube al piso
25 donde Worthington la
espera pegadito contra la pared y el cana que se encontraba dentro de la habitación
le pasa la posta, como diciendo: “todo tuyo, espero que esta vez no la cagues,
aunque en realidad ya todos sabemos que ese hombre está muerto,
incompetente”.
Y así
empieza esta idiotísima película que no trae nada nuevo para mostrar, que fue
montada a los pedos para aprovechar el delirante viento de cola que tiene la
incomprensible fama de Worthington, donde cada uno de los actores que componen
la película compiten entre sí para ver cuál de todos es el que menos comprendió
las órdenes del director, con un Ed Harris que da pena, un Worthington que no
llega a ningún lado, una trama absurda, obvia y pelotuda como pocas veces he
visto, y una Génesis Rodríguez que es muy linda, hay que reconocérselo. Es muy
linda. Pa..., qué linda mina que es Génesis Rodríguez, pero que compone un papel
tan pero tan forzado que da escozor, porque si lo que querían era mostrar lo
buena que está Génesis Rodriguez, la hubieran puesto semi en pelotas, o en
pelotas directamente en alguna revista y listo. La escena en la que muestra el
culo (robada otra vez de la película de Zeta Jones y Connery y ya van mil), a pesar de ser muy beneficiosa porque uno se está comiendo flor de garrón
intentando terminar de ver esta pedorrada, no tiene nada que ver. Es descolgada como muy
pocas otras escenas descolgadas que ha dado Hollywood con tal de vender un
producto sin el menor reparo de nada he visto.
Así que ya
lo sabe, amiguito. Si le quiere mirar el culo a Génesis Rodríguez, ponga en
Youtube “Génesis Rodríguez – Culo – Man on a Ledge”, o algo así, vea esa
escena, disfrútela, y punto.
No vaya a
ser tan nabo como yo de ir a comerse este garrón entero porque se va a arrepentir.
Le pongo 2
Juanpablos, uno por cada cachete del culo de la señorita Rodríguez. Lo demás no sirve para nada.
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