Con: John Travolta, Christopher Meloni,
Rebecca De Mornay, Doris Morgado, Paul Sloan, Patrick St. Esprit y elenco
Dirección: Chuck Russell
Resulta que el cincuentón y recontra feliz de
la vida Stanley acaba de llegar en un vuelo desde el lugar donde le ofrecieron
una importante oportunidad económica y de trabajo. Y la algarabía, el congojo,
el regocijo, el optimismo y la beatificación facial le explotan en la cara fuegos
de artificio, como si hubiese sido atacado por un rayo de buenaventura sin
igual mientras cae rendido y por completo enamorado en brazos de su bella cincuentona
mujer quien lo espera a la salida del aeropuerto expresando incluso ella en su
rostro un cúmulo inusitado de algarabía, congojo, sosiego, optimismo y regocijo.
Y se abrazan y la vida no podría ser más perfecta mientras encadenados en un
empalagosísimo abrazo de reencuentro ella pregunta si le dieron el trabajo y
sí, por supuesto que se lo dieron, el rostro de ese hombre no podría haber
experimentado más muecas de prosperidad
en aquella bajada por escalera mecánica y entonces se toman de la mano y parten
rumbo al estacionamiento departiendo algunas primicias sobre el floreciente futuro
que les espera lleno de trabajo, bienestar y bonanza que solo sumarán puntos y
más puntos para seguir cimentando solo con certeros éxitos rotundos esa
relación madura que los mantiene tan unidos y enamorados desde hace veintipico
de años.
Y tan felices son, tan embelesados están en
contemplarse mutuamente como poseídos que no advierten que, al humo y por el
lateral derecho, se les vienen tres motochorros a quitarles la cartera.
Motochorro 1 pide una ayudita. Esposa abre la
cartera para darle pero Esposo advierte “No. Hoy no. Estamos demasiado felices
para que nos arruines el momento” (¿?), y discrepancia va, piña viene, ¡pímba!,
motochorro asesina a Esposa como no podría habérsele escapado a nadie desde el
primer momento en que apareció en escena, en donde toda esa catarata inmunda de
desmedida felicidad solo nos advertía que en breve moriría y de la peor forma.
Y Stanley cae al suelo, abrazando a su bella y
ex buena actriz mujer, solo le falta gritar “¡¡¡NOOOOOO!!!!” mirando arrebatado
el cielorraso del estacionamiento y la vida, esa que hace instantes era sublime
y orgásmica, acaba de terminar para siempre.
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El dolor, la pavura y las mentiras del diario
Clarín hunden al viejo Stanley en una cruenta depresión. Intenta justicia por
derecha yendo a hacer las pertinentes denuncias. Descubren al agresor e incluso
Stanley lo identifica detrás de un vidrio, pero vio cómo es la ley en este
mundo y el asesino carterista queda libre porque es peón del más malvado y
poderoso mal actor que podría haber existido, quien distribuye droga en la
ciudad y tiene luz verde para delinquir porque ostenta en su celular un video que
compromete al hijo del gobernador, quien en una fiesta mató a una chica en un
perverso juego sexual y quedó re de frente manteca con la carupa bien
escrachada, y si eso sale a la luz terminarán todos en cana.
Así que Stanley no tiene tiempo que perder. Ya
no perdió tiempo quien escribió esta basura y fue a las fuentes copiando a
rajatabla la trama de al menos diez mil películas de venganza por mano propia y
John Travolta no va a ser menos, sobre todo porque quiere terminar de filmar de
una vez para comerse las exquisitas medialunas de su amigo argentino. Y
entonces agarra, llama a su coequiper del pasado, aquel con quien matara
montones de malvivientes o terroristas o presidentes de facto de países como el
nuestro (nunca queda claro a quien mataban en su equipo de elite), da un puñete
a la pared para sacar de un doble fondo su maleta llena de justicia, se pone
una campera de cuero y los revienta a todos.
Y esto no quedaría solo ahí si no fuera que al
final el director decidió darle un toque gracioso en toda la última escena en
el escena del hospital, la cual prefiero guardarme y no revelar así ustedes
mismos la experimentan y ansían como yo arrancar el TV de la pared y arrojarlo
por la ventana sin avisar a los ocasionales transeúntes que pudiesen pasar
justo debajo de su balcón.
Y eso es todo lo que podría decirles de I am
Wrath, el último film de John Travolta antes de venir a servirse unas
facturas a Castelar.
Le pongo 3 Juanpablos. Uno para el peluquín
que le enchufaron, el cual es tan absurdo y tan de otro tono del pelo del actor
que realmente no se puede creer, el otro para las tremendas cirugías que se
pergeñó en el rostro, que lo convirtieron en una suerte de Pato Donald recagado
a cadenazos y uno para Chuck Russell, director de esta basura quien otrora nos regalara The Mask y hoy mire con
lo que sale…