Con: Nick Stahl, Dash Mihok, Olivia Wilde, Pruitt Taylor Vince, Shohreh
Aghdashloo y demás inoperantes
Dirección: D. W. Brown (el más grande
inoperante)
Resulta que Allen, un insípido muchachito que
en apariencia no mataría ni a una mosca, viene trayendo del brazo a su novia,
quien llena de magullones y raspaduras acaba de confesarle que el plomero que
está en este instante trabajando en su casa, la violó. Allen está reventado de bronca, mete a su
prometida en el auto y le ordena que conduzca por ahí sin rumbo. Entra en su
casa donde el plomero aún está haciendo reparaciones (se ve que el tipo no
viola y huye del lugar, si la violación lo agarró en medio del cambio de un tubo de
desagüe, siempre termina su trabajo, ya no hay plomeros así) y lo revienta a llavezazos
ingleses.
Lo que sí, lamentablemente la ansiedad por
cobrarse venganza le juega una mala pasada y no advierte que quien recibe muerte
no es el violador en cuestión sino un empleado de éste más bueno que Lazzie atada en la
puerta de una iglesia, así que va preso por dos razones: En primer lugar, por
asesinar a una persona, y en segundo lugar, por tremendo pelotudo.
Y la vida en la cárcel de máxima seguridad no
puede ser más inerte (la producción del filme no contaba con tanto dinero, así
que hay muy pocos extras que hacen de presos que, para peor, son malísimos
actores y no tienen claro ni siquiera para donde deben caminar). No sé a ciencia cierta dónde fue que lo confinaron, pero es la cárcel
más pelotuda y menos habitada de EEUU. Solo 4 o 5 presos van y vienen por un
patiecito no mucho más grande que la terraza de mi casa mientras la falta de
talento actoral y la carencia total de rumbo en la historia nos dejan aún más
aburridos que los propios presos que pululan por el patio, ya de por sí,
tremendamente aburridos.
Así es que llega a la prisión Morocho, un jefe
de policía o algo así que entrevistará a Allen y, si este demuestra verdadero arrepentimiento
y promete besando una cruz hecha con sus dedos que la próxima vez que se le
presente un violador a quien matar al menos le va a preguntar primero el
nombre, le asegura trasladarlo a un sector de seguridad mínima. Pero a Allen le
da lo mismo. A Allen le da lo mismo cualquier cosa, matar al empleado del
violador, trabajar en esta película u otra, acatar la orden que sea, tomar la
leche o leer el diario. Todo le da lo mismo y lo demuestra con su lánguida
composición actoral y consigue, con su insulsa actitud, agobiarnos un lunes
feriado en donde no encontramos otra cosa que alquilar, hundiéndonos en una
profunda y oscura depresión de la que no pudimos salir hasta el martes a la tarde, más o menos.
En este punto nuestro director sin pocas luces
se detiene y al menos advierte que esto no avanza -ya pasaron más de 40 minutos
de filme-, así que construye de inmediato y con lo primero que encuentra a mano
un preso belicoso de esos que siempre buscan roña, quien tendrá en sus manos la
clave para destrabar esta estúpida historia que no conduce a ningún lado. Pero
tampoco lo consigue, montando escenitas tan pero tan trilladas, mal hechas y
bobísimas, que realmente no pude soportarlo. Me levanté del sillón, fui a
buscar a mi hija adolescente que se pasó literalmente el finde entero durmiendo
y solo durmiendo en casa esclavizándome de aquella horrorosa situación, la
desperté, la llevé de su madre y me fui por ahí a sacar fotos, a ver si huían
de mi cabeza esas vocecitas que me decían esas cosas feas.
Hacía rato que no explotaba de ira de esta
forma, así que tenga cuidado, que On the Inside puede despertar ese
asesino oculto que vive en su interior.
Esos sí, si esto ocurre, haga el favor de
asesinar al director de esta película, no haga como Allen, que erró el
vizcachazo y terminó purgando una aburridísima condena por matar a uno que no
tenía nada de nada que ver.
Incalificable. Obtusa e hija de putas.
Lo de Pruitt Taylor Vince era de esperar, no
tiene mucho más para dar que sus ojitos rebotantes, pero ¿¿¿Olivia Wilde??? ¡Dios
santo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario