Domingo. 5 AM
Una típica balacera mejicana de esas que ya son moneda corriente en la madrugada del centro rosarino me despierta sin más y como de costumbre. Terco, insisto, entre indignado y resignado mirando el techo, pero ya no volveré a dormirme, no lo conseguiré. Ya estoy grande, debería perder esa ilusión.
Me levanto y me voy al living a disfrutar de la película que alquilé el sábado para ver a la madrugada cuando la balacera mejicana de esas que ya son moneda corriente en el centro rosarino me despierte sin más.
Pongo el DVD y cuando arranca me doy cuenta de que ya la vi. Es tiempo de que El blu-ray y el DVD se pongan de acuerdo. Sale un blu-ray con el título en inglés y al año siguiente -no al mes- sale un DVD con un título absurdo doblado al castellano que nada tiene que ver. Otra trampa mortal. "Welcome To the Punch">"Cruzando el límite". Nada que ver. Imposible darse cuenta. Ni el tiempo pasado ni el título nos ayuda a advertirlo.
Enfundo mi cabeza con enormes auriculares y me siento en el sillón, la película ya empieza y me acuerdo que era entretenida, pero un imbécil, zombie, descarriado, inimputable o como usted elija denominarlo estaciona debajo de mi balcón con un Peugeot 307 nuevito rebosando música punchi-punchi al recontra taco. No va a irse, ni siquiera bajará el volumen. El mundo es suyo y está solo en el planeta. Nada ni nadie lo hará salir de ese egoísta trance.
Salgo al balcón. Tiene el techo corredizo abierto y a pesar de tener toda la cuadra libre no está ni en doble fila ni bien estacionado, amarró a mitad de camino, en una suerte de “media doble fila”, pero esto tampoco le importa, o quizás no se dé cuenta. Manda mensajes envuelto en el punchi punchi de su potente equipo de audio. Le grito. Nada. Le chiflo. El sonido agudo de mi chiflido le entra por una oreja y le sale por la otra. Cabecea, pero una sola vez y hacia la izquierda, no mira para arriba. Debería tirarle una de esas piedras del sur que tengo en una maceta, pero son grandes y seguro lo mataría. Hace muchos fines de semana que lamento no haber dejado preparado un balde con agua. Me contengo y le vuelvo a gritar. Nada. La música está demasiado fuerte para que pueda advertir cualquier cosa que ocurriese fuera de su cockpit de boliche bailable.
Me voy a mirar la película, nada puedo hacer para evitar al jóven. Él se queda, la cuadra está ideal para estacionar mal y ponerse a mandar mensajitos con una marchita bolichona al re taco. Con el tiempo consigo concentrarme en lo mío. Si estuviera escribiendo sería imposible, pero una película ya vista es ideal para contrarrestar este flagelo del que estoy siendo víctima.
Al rato decido salir a correr. Aún es temprano y la familia duerme. Salgo. Llego a Tucumán y Roca y la pelea de la mañana no se hace esperar. A media cuadra, para el lado de Paraguay, un zombie corre desaforado y en cuero, increpando a otro que se oculta en una casa. Le patea la puerta, desquiciado como un infectado de “I’m Legend”. Corren, de la vereda a un auto y del auto a la vereda. No van a parar. De pronto me doy cuenta de que algo no está bien: El auto al que corren, un Peugeot 307 igual al que hace una hora estacionó debajo de mi balcón, también está a medio camino entre una doble fila y un "estacionado", peligrosamente arrimado a un volquete erguido. Algo en esa imagen no está bien. No hay ningún camión volquetero descargando el contenedor, y esa no es la forma habitual de ver esas gigantes palanganas de acero.
Afilo la vista y me doy cuenta. Ha habido un accidente, o algo así. Y seguro que la pelea es por ello. Llamo al 911. Aviso que hay un choque, gente a las trompadas y que un auto se metió debajo de un volquete. La policía me asegura que ya viene al tiempo en que el infectado de “I’m Legend” es revoleado dentro un auto de escape. Señalo esto a las autoridades del 911. “No se demoren porque ya se van en un Citroën C3 negro” Me piden la patente pero desde la esquina no puedo leerla.
“Vamos para allá”, me aseguran.
Me acerco al lugar del hecho y me doy cuenta de todo. Un conductor completamente en pedo en un Peugeot 307 -igual al que estacionó debajo de casa- se comió un taxi estacionado al que le rebanó el espejito y terminó debajo de un volquete, el cual se puso de sombrero. Y no puedo terminar de contemplar la escena que el taxista damnificado sale con un martillo dispuesto a todo. Aún no sé quién es ni si es la víctima o el victimario, pero claramente no está borracho y no tiene esa edad impune que el socialismo rosarino apaña desde hace una perdida y larga década. Lo abrazo e impido que acate esa implacable orden que acaba de darse: desmembrar lo que quedó sano del Peugeot a martillazos, y más o menos lo consigo mientras un señor de unos 55 vestido de elegante ropa de gimnasia y una gorrita Nike -claramente un señor de clase alta- se acerca y aclara que es amigo del borrachín fugado de la escena –seguro del padre de éste- y que todos nos calmemos, que "la macana ya está hecha" y que nada de lo que hagamos ahora va a volver el tiempo atrás. El taxista está por morir de un infarto de la indignación y justifica su reacción: Aparentemente, luego del episodio y al llamar a la policía –y con las autoridades en el lugar del hecho- el borrachín, harto de escuchar los reclamos del taxista por el espejito roto, le rompió el parabrisas a puñetazos, lo cagó a trompadas y zamarreó a su mujer, quien intentaba parar la pelea mientras la policía no hacía nada al respecto y se iba del lugar.
Me voy a la esquina, cierto que había salido a correr. Pero cuando llego doy un último vistazo hacia atrás y el Citroën C3 negro, ya sin el borrachín a bordo, vuelve con los papeles a intentar pasarse los datos del seguro.
Llamo nuevamente al 911 y paso la patente del C3, que ahora la tengo a tiro. El 911 toma mi segunda denuncia, pero nunca volverá por el lugar del hecho. El borrachín ya está a salvo. Nadie le hará el control de alcoholemia.
Me voy a correr. Es la primera vez que lo hago en muchos años. Antes corría, todos los días 45 minutos. Mucho antes que se pusiera de moda. Ahora estoy demasiado gordo y si no arranco de una vez, después ya va a ser tarde.
Voy al parque España y vuelvo. 15 minutos. Por ser la primera vez y sin parar en ningún momento –sobre todo por mí estado-, está demasiado bien.
Vuelvo caminando y al llegar al lugar del hecho, el volquete ya fue re ubicado entre el hombre amigo del padre del borrachín y el dueño del C3 que ayudó a que escapara. Y ya llamaron a una grúa privada que engalana la foto cargando el Peugeot 307 para borrarlo de la escena del crimen.
Son las 8:37, y ¿acá? Acá no ha pasado nada.
Espero que el taxista olvide el episodio y vuelva a su rutina diaria, parecía buen tipo.