lunes, 14 de mayo de 2012

The darkest hour (2011)




















Con: Emile Hirsch, Max Minghella, Olivia Thirlby, Rachael Taylor, Joel Kinnaman, Veronika Vernadskaya y un conjunto de actores rusos contratados en perestroiko combo

Dirección: Chris Gorak


Resulta que Sean y Ben son amigos. Y son norteamericanos. Y son jóvenes. Y la vida les sonríe. Y a Ben se le acaba de ocurrir una idea para armar una web que, de poder concretarla, se va a convertir en el nuevo Facebook, haciendo que el soba troncos de Mark Zuckerberg tenga que pensar en ponerse un estacionamiento en breve, ya que su suerte habrá terminado.

Y viajan a Rusia, porque se van a asociar con unos suecos que van a poner la tarasca y así hacerse multimillonarios como corresponde a cualquier gil que viva en Norteamérica y que por eso hordas de humanos necios insisten con probar suerte en ese país hijo de puta.

Ben es correcto y bien peinado, mientras que Sean es un sabandija y un cachafaz que siempre olvida todo, que se gana las mejores chicas y que vive infringiendo la ley, cuando hasta hace poco había sido un actor que pretendía ser serio habiendo trabajado en “In to the Wild”, pero no. Otro Jean Alesi asoma en el horizonte...

Y bueno, llegan a Moscú y van a la implacable torre de oficinas donde se encuentra la multinacional que será su socia, pero cuando entran en la reunión de directorio, un sueco ya comenzó la tertulia hace rato y tiene en un inmenso plasma las ideas de Ben, y cuando este entra llama a seguridad y los hacen evacuar el recinto ya que Ben es muy correcto y muy bien peinado pero es flor de pelotudo que mandó la idea por mail sin contrato de por medio y se la acaban de robar.

Así que están muy tristes, se sienten violados y desahuciados, pero esa sensación devastadora no es excusa para no ir a algún bolche boliche a ver de encararse alguna que otra minita. Y toman un trago y toman otro y aparecen las minitas con las que pegarán onda. Incluso avistan al sueco cagador, que también participa con ánimo de la rusa partuza. Entonces van y lo increpan, pero el sueco les dice que él no tiene la culpa de que ellos sean tan pero tan nabos. Que los negocios son así…

Y en ese momento se corta la luz y todo el mundo sale a las calles, que están sin luz, y los celulares no andan y los autos no arrancan y todo es un garrón. Encima caen del cielo unas lucesitas doradas como si llovieran haditas madrinas de Disney y todos se quedan como pánfilos mirando con la boca abierta, hasta que una de las lucesitas cae al suelo y el grupo la rodea, impávido, cuando se acerca un extra ruso que hace de policía que tiene menos chances de seguir vivo que Lilita Carrió en las últimas elecciones e intenta tocar la lucesita dorada con su macana, y uno sabe que morirá en breve, ya que solo ellos suponen que son inofensivas. Y así es, la lucesita dorada lo deshace en un millar de granos de arroz, granulando al policía. Y todos corren. 

Espanto. Horror. Desesperación. Muerte. Granulado.

Y las lucesitas se van agrupando y van haciendo moco a los humanos por decenas y todo es muy confuso y todos gritan y Sean, Ben, las 2 chicas y el sueco se esconden en la cocina del subsuelo del "bolche boliche" donde otrora bailaban y disfrutaban de los incómodos consejos suecos que les daba el ladrón de ideas copadas con aire altanero.

Y se quedan ahí encerrados una semana. El director la hace re corta. Entran y listo, pone los cartelitos: Domingo – Lunes – Martes – Miércoles, así, sin vueltas y sin perder tiempo. Hasta que un día deciden salir. Afuera es de día pero no hay más humanos en el mundo. Están solos.

Y caminan y se dan cuenta de que las lucesitas generan energía a su paso, por lo que deben estar atentos a que no se prenda ningún auto o ninguna luz de la calle ya que esto significaría que una luz marciana estaría acechándolos peligrosamente.

Y comienzan las peleas, infaltables en estas atracciones fílmicas pedorras, sobre cuál es el mejor lugar para ir a guarecerse, y deciden ir a la embajada de Estados Unidos, que seguro funciona ya que es la potencia mundial más potenciada del mundo, pero no, se equivocan. La embajada está tan hecha mierda como cualquier otro lugar que haya sido devastado por las lucesitas.

Así es que suben hasta el piso más alto de la embajada para tener un panorama más claro de la ciudad. Es de noche y pueden advertir lucesitas doradas por todos lados husmeando acá y allá. Están perdidos, no conseguirán escapar. Pero a lo lejos, en un edificio que está a unas 4 o 5 cuadras, ven que un departamento tiene las luces prendidas. 

Confusión. Alegría. Perplejidad. Edenor. Edesur. EPE.

Entonces se encomiendan a acercarse a aquella propiedad y en el intento muere el sueco, que se pierde de ver como se engrosaría su cuenta del banco por haber robado una buena idea. Y al llegar al lugar, el departamento está habitado por un ruso y su gato y una joven rusita muy mal actriz que es re copada. Resulta que el ruso tiene luz porque todo su departamento es una gran jaula de Faraday,  todas las paredes, el piso y el techo están alambrados y por ese motivo las lucesitas doradas no pudieron dar con él.

Y es un groso el ruso, porque no solo tiene el departamento todo alambrado, también estaba construyendo justo antes que lleguen los marcianos una escopeta muy sofisticada que dispara rayos de microondas, ideales para destruir marcianos invisibles. Y se instalan ahí, el ruso es muy buen anfitrión y los deja que se queden. Pero en un descuido alguien deja la puerta-reja abierta y entra una luz marciana y muere la rubia y el ruso y los demás escapan hacia el río, ya que escucharon por radio que el gobierno ruso (o lo poco que queda de este) alienta a los sobrevivientes a que se acerquen al río Moscova en un punto donde se encuentra un submarino nuclear y así protegerse de las malvadas lucesitas.

Y en el camino ingresan en un museo donde hay 4 rusos que se están acopiando de armas. Los rusos son re copados y enseguida pegan onda, pero cuando los protagonistas deciden partir, los rusos no los quieren acompañar, aduciendo que ellos deben luchar por recuperar Moscú.

Sean, Ben, la morocha y la rusita, se quedan en las escalinatas del museo intentando convencer a los rusos de que lo mejor es seguir todos juntos. Es un museo muy grande. Las escalinatas donde están discutiendo son de mármol y dan a un gran salón que se abre al final de los peldaños. Es muy cómodo el salón, y está infestado de técnicos del filme que van de aquí para allá con herramientas y pantalones tipo “cargo” llevando y trayendo utilería. Incluso hay uno de camisa blanca, que al notar que está saliendo en la toma, se oculta detrás de un mueble. Transcurre la hora con tres minutos, si no me cree.

Y bueno, la corto porque me tiene podrido. Los rusos son convencidos y se van todos juntos al submarino. En el camino muere Ben, un garrón. Y cuando falta muy pero muy poco para llegar al submarino hay una explosión que los separa y Sean se queda sin su morochita, pero luego se da cuenta que la pistola que dispara microondas les bloquea la invisibilidad a los marcianos y puede neutralizarlos. Y logra matar a unos cuantos junto con los rusos que son muy colaboradores (el inventor del arma es ruso pero quien la dispara es yankie, como no puede ser de otra manera).

Y la película termina con Sean recuperando a la morochita y acomodándose en las cálidas instalaciones del submarino nuclear ruso, para partir rumbo a no sé dónde mientras escuchan por radio que ya hay varios lugares recuperados, dando a entender que todo volverá a la normalidad.

Nacho, del videoclub, cuando la fui a alquilar me preguntó cuál sería la manera de hacer extraterrestres sin poner un peso. Y yo le dije: “Que los marcianos sean iguales a nosotros”, a lo que me contestó que no, que la mejor manera de hacer marcianos sin poner un peso es que estos sean invisibles.

Chris Gorak es un genio.

Le pongo 2 Juanpablos a su genialidad.

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