Con: Bradley Cooper, Ed Helms, Zach Galifianakis, el pelotudo de Justin
Bartha, Ken
Jeong, ¿John
Goodman?, Melissa
McCarthy, Heather
Graham, ¡ Jeffrey
Tambor!, y gran elenco
Dirección: Todd Phillips
Resulta que en otro intento desfachatado por
volver a recaudar dinero a troche y moche sin tener ni respeto por la historia
original -tan original y divertida- ni por los espectadores que tan bien la pasaron
en aquella primera historia original y divertida, los productores de esta forzadísima huevada insalvable nos cuentan ahora esta nueva secuela, ya
montada en un cuete a la luna de la repetición obvia, el chiste elemental y el recurso básico en
donde el desquiciado Alan, siempre inmerso en ese incierto mundo en el que
vive, acaba de adquirir una jirafa y se la lleva muy jocoso a su casa,
enganchando su tráiler al Mercedes descapotable que conduce mientras saluda a
todo el mundo y por supuesto no toma ningún recaudo con el tema de las alturas
por las que puede o no pasar con su jirafa, quien al poco tiempo es decapitada por
un cartel que hace volar su cabeza hacia el auto que venía justo detrás, que en una osada cabriola termina construyendo un monumental accidente vial comprometiendo docenas de autos y camiones ante la mirada perdida de Alan, quien no
solo no toma nota de lo que ocurrióle a su nueva mascota sino que encima niega
con la cabeza como culpando a alguien que hubiese producido ese accidente que
acaeció en su espejito retrovisor.
Esto hace enfadar muchísimo a su padre, el
viejo Jeffrey Tambor, que pareciera que no le importara su discreto pasado como
actor de reparto y lo regaña y le dice que no soporta más que siga viviendo en
su casa sin trabajar teniendo como tiene 40 años mientras Alan, enojado, le
espeta que tiene 42 y se pone los auriculares mientras Tambor va a la
cocina a discutir con su esposa y muere de un infarto. Su esposa y la mucama intentan revivirlo mientras claman por la ayuda de Alan, pero éste se encuentra de espaldas
con un chupetín escuchando música, y no tiene puta idea de lo que está pasando.
Luego, el entierro. Todos serios, tristes y
adustos escuchando la dulce y aniñada voz que entona con melosa dulzura un
tierno Ave María mientras la cámara enfoca a los parientes y amigos y por último al
cantante, que no es otro que el propio Alan montado en una falta de
respeto sin igual a su padre, su madre, sus amigos y nosotros, quienes no nos reiremos
con el tonto gag. Y más tarde, a redoblar la apuesta en una certera cruzada por desafiar
más y más las leyes de lógica y el buen gusto en la cruenta escalada hacia lo
escatológico y el humor barato: Alan le aclara a los presentes que hubiese
preferido que fuese su madre quien mueriera primero para culminar la escena quitándose el
traje y cavando con sus propias manos la fosa donde su padre descansará finalmente
en paz de un hijo que no le dio respiro ni a él ni a nosotros, que fue
simpático en la primera oportunidad, que se quemó como una hoja seca en la secuela y que aquí, en
esta tercera entrega, ya no hace reír ni al espectador más virgen del universo.
Pero no todo es Alan y sus trilladísimos
aportes, aún resta saber qué fue de la vida del viejo, sucio y pervertido Chow, quien está
cumpliendo condena en Bangkok y escapa del lugar como lo hiciere Tim Robbins en
Shawshank
Redemption para huir hacia México a seguir perturbando a quienes lo
redoearen.
Mientras tanto, la cámara vuelve a la vida de Alan, quien es esperado en su casa por su madre, su mucama y sus amigos Bradley Cooper y Ed Helms para convencerlo de que debe internarse en un psiquiátrico y así buscar esa madurez que le es tan esquiva, y cuando finalmente acepta subirse a la camioneta de su bello y rubio amigo, encaran un nuevo viaje juntos, esta vez hacia el hospital y ¿a que no saben lo que ocurre? Sí, adivinaron. Una camioneta los persigue, los topa desde atrás, se les pone a la par y los choca mientras Helms y Cooper, indignados y sorprendidos, putean sin más a sus perseguidores quienes consiguen sacarlos de la ruta, hacerlos bajar del vehículo y esposarlos mientras un muy de vuelta John Goodman se les acerca y les dice que hasta que no consigan ubicar a Chow, que le robó 21 millones de dólares, se llevará secuestrado a Bartha, a quien le recomendamos no vuelva a juntarse nunca más con estos tres amigos, ya que en cada una de esas ocasiones termina secuestrado o impedido o encerrado durante todo el film, sobre todo para que pueda mostrar de una vez por todas sus aptitudes actorales, y más que nada para que no florezca una cuarta entrega de esta estupidez que tanta gracia causó y que tanto enojo produce por estos tiempos en quienes pretendemos ver un atisbo de inteligencia o de novedad salido de las fauces hollywoodianas que tanto dinero recaudan de nosotros y que en lugar de invertirlo como se debiera prefieren seguir dándonos de comer mierda de mono que con tanto gusto suponen que comemos.
Mientras tanto, la cámara vuelve a la vida de Alan, quien es esperado en su casa por su madre, su mucama y sus amigos Bradley Cooper y Ed Helms para convencerlo de que debe internarse en un psiquiátrico y así buscar esa madurez que le es tan esquiva, y cuando finalmente acepta subirse a la camioneta de su bello y rubio amigo, encaran un nuevo viaje juntos, esta vez hacia el hospital y ¿a que no saben lo que ocurre? Sí, adivinaron. Una camioneta los persigue, los topa desde atrás, se les pone a la par y los choca mientras Helms y Cooper, indignados y sorprendidos, putean sin más a sus perseguidores quienes consiguen sacarlos de la ruta, hacerlos bajar del vehículo y esposarlos mientras un muy de vuelta John Goodman se les acerca y les dice que hasta que no consigan ubicar a Chow, que le robó 21 millones de dólares, se llevará secuestrado a Bartha, a quien le recomendamos no vuelva a juntarse nunca más con estos tres amigos, ya que en cada una de esas ocasiones termina secuestrado o impedido o encerrado durante todo el film, sobre todo para que pueda mostrar de una vez por todas sus aptitudes actorales, y más que nada para que no florezca una cuarta entrega de esta estupidez que tanta gracia causó y que tanto enojo produce por estos tiempos en quienes pretendemos ver un atisbo de inteligencia o de novedad salido de las fauces hollywoodianas que tanto dinero recaudan de nosotros y que en lugar de invertirlo como se debiera prefieren seguir dándonos de comer mierda de mono que con tanto gusto suponen que comemos.
Así que bueno, ya lo sabe, no voy a negar que The
Hangover III tiene sus momentos. Algunas cosas me han hecho reír, pero son muy
poquitas. Y las historias así, tan pero tan pelotudas, reiterativas y
escatológicas (sobre todo esto último) no solo no me causan gracia sino que,
por el contrario, me dan repulsión e indignación de ver con qué poco algunas
personas no solo se ganan el pan sino que viven incluso vidas de jeques árabes.
Le pongo 3 Juanpablos.
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