Con: Simon Cotton, Kevin Leslie, Phil Dunster
y elenco
Dirección: Zackary Adler
Jamás creí que vería una película con tan buen
tino escenográfico, ambientada con discreción e incluso con buena música que
estuviera tan pero tan mal dirigida e hiciera de sus roles principales un
literal chasco y una risa irrefrenable construyendo así –y paradójicamente demoliendo la historia- las más payasescas
composiciones que he visto en un montón de tiempo.
La sobreactuación de Simon Cotton durante todo
el film es tan exagerada que uno no entiende cómo puede ser que Adler –quien debería haberse quedado en la fábrica
de sus padres embalando quesitos en lugar de dirigir cine- no haya
advertido el error siendo el único quien conocía la historia hasta el final.
Porque cuando empieza el film y uno ve
Cotton completamente sacadísimo cagándose a piñas con todo el mundo
supone que es un extra mal pagado que en la próxima escena morirá de un
merecido tiro en la frente, pero no. Es el protagonista.
Hasta yo que no soy un director de cine sé
que, por ejemplo en la música, si uno está tocando una canción que tiene
momentos fuertes mezclados con espacios de descanso entrelazados con estrofas
unas más presentes que otras y estribillos que compiten entre sí marcando cada
uno su original lugar en el mundo se debe pisar a fondo o llevar velocidad
crucero o ir despacio teniendo siempre en cuenta cuál es el volumen máximo que
se podrá obtener. Incluso hubo una época en que contamos en las filas de mi banda
con un bajista que no entendía de climas ni nada y te tocaba todo el tema al re
palo y a un volumen siniestro como si se tratase del momento más enloquecido de
una canción de Ramstein, y uno que no es un director de cine le decía: “no podés tocar tan fuerte en esta parte
porque después cuando venga la parte en que tenés que tocar fuerte no vas a
tener más volumen que subir, más allá de estar arruinando la canción…”. A los
pilotos de fórmula 1 lo mismo, hay lugares en el circuito en donde una brusca
curva los hace bajar la velocidad a casi cero. Imaginen a Michael Schumacher
doblando en la curva Adelaida de Magney Cours a 340 kilómetros por hora… Aún
hoy, más de diez años después de su retiro de las pistas seguiría dando
irrefrenables tumbos…
Y así ocurre con este papanata actor, quien
pone toda la carne en el asador en la primera escena, se saca como si no
hubiese un mañana y luego debe enojarse más, pelearse más, ser más sádico, más
necio, más violento y no puede quedando como un faltito pelotudo y desbocado
que solo se relajará el día en que le den un buen escopetazo en la cara.
Y eso es todo lo que puedo decirles de The
Rise of the Krays, la película más exagerada que he visto en el último
lustro.
Así que le pongo 3 juanpablos, siendo muy
exagerado.
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