Con: Perdita Weeks, Ben Feldman, Edwin Hodge y gran elenco
Dirección: John Erick Dowdle
Resulta que nuevamente aferrados a la ya
insoportable e insostenible modalidad de filmación del estilo Blair
Witch Project: “con camarita en mano”, una joven anuncia que está
llegando a no sé dónde en Irak para develar un arqueológico misterio que su
propio padre, el célebre doctor Pirulo no pudo terminar de estudiar por haberse
ahorcado en su laboratorio.
La joven es bellísima y bien podría haber
evitado colaborar en este estúpido y previsible film pero no lo hizo y ahora,
en caso del día de mañana sí construir una interesante carrera como actriz,
deberá cargar por siempre en su mochila este tropiezo.
Así que llega a Irak o no sé dónde es que
llega, pero es un lugar en donde están prohibidas las chicas lindas y el iraquí
que la recibe, amigo de su ahorcado padre, le asegura que debe apresurarse
porque si la llegan a ver deambulando su belleza por el poblado, meteránla en
un mugriento calabozo. Y encima a las nueve habrá toque de queda, por lo que corren
un pesado mueble iraquí que oculta un agujero iraquí en la pared y la muchacha
ingresa por el hueco a una impensada ciudad de otrora sepultada por ese polvo
tan insufrible que abunda en Irak y en esos lugares siniestros que Estados
Unidos continuamente nos describe para que sepamos claramente quiénes son los
locos y sucios y quiénes son buenos y limpitos.
Y el hombre está impaciente, teme por la vida
de la muchacha y se pasa toda esta primera escena advirtiéndole con su barba a que
se apure, por lo tanto y de pronto, la joven descubre una pared que claramente
tiene una marca que se ve de acá a la China, apoya la camarita en el suelo con
la bendición de haberla dejado justo enfocando lo que hará en breve, golpea la
pared y ¡bruuuum!, ésta cae develando el críptico misterio que su padre no pudo
develar por haberse colgado de aquel tirante del techo de su oficina -y para mí
que se suicidó el día en que se dio cuenta lo fácil que era acceder a esa pieza
oculta advirtiendo el tiempo que había perdido, porque la muchacha entra en el
lugar en tres minutos de film, no como su padre, que pasó su vida intentándolo.
Un inútil, el tipo.
De pronto suenan las sirenas. Toda mujer bonita
que no esté tapada hasta la pera en su camastro iraquí será violada por una
horda de raquíticos policías mal perfumados. El hombre insiste, deben
apresurarse. La joven no puede irse, acaba de revelar el críptico misterio. El
hombre se va y le desea suerte. La muchacha toma la camarita, que había quedado
en el piso con tan buena puntería que podía filmar a ambos en una escena de
tensión y ahora la empuña para dejar registro de lo que había detrás de ese
sepultado muro: un torito de porcelana lleno de textos en esperanto, o arameo.
Luego el film nos lleva de un empujón a
Francia, donde la bella actriz se encomienda a encontrar al McGyver de los
relojes antiguos, un joven científico que despunta sus horas de descanso
irrumpiendo sin permiso en viejas iglesias para arreglar ad-honorem antiguos relojes/campanarios que hace siglos no
funcionan, y cuando éste sale todo sucio de adentro del engranaje de un
campanario y la ve, se espanta, la señala y le asegura que NO IRÁ donde aún no
le ha invitado. Esto es bueno, porque significa entonces que la película
terminará en los próximos segundos, pero no, luego de un rato lo convence y
parten en busca de “la verdad”, sea esta cual fuere.
Y ahí comienza entonces esta mezcla de Indiana
Jones/El Código Da Vinci/Blair Witch Project en donde la muchacha,
junto con un equipo por completo carente de talento alguno pero enfundado en
prácticas camaritas Go-Pro (esto no
termina más, ahora con las Go-Pro será mucho más fácil seguir haciendo este
tipo de films previsibles como balbuceo de Sergio Massa), la emprende junto
a sus amigos recorriendo pasadizos ocultos en las entrañas de París donde se encontraría
oculta la piedra filosofal y todos, menos ella y otros dos, mueren en el
intento.
Lo único
que me cayó simpático fue el final, en donde luego de montones de corridas y
gritos desesperados encuentran en el piso una vieja claraboya y la abren y
corren, es pesadísima y deben abrirla hacia afuera, esto confunde un poco
porque la claraboya debería haber caído al vacío, pero no la van empujando y la
tipa se arrastra con pesadez sobre la parte externa del techo que hay del otro
lado como si estuviese atraída por un potente imán, y una vez abierto salen al
otro lado y están como arañas, pegados al techo, cuando de pronto la cámara se
aleja y hace un giro de 180° y los muestra sanos y salvos en una calle
parisina. No sé cómo moco hicieron esa toma pero les salió muy linda. Aunque no
podemos siquiera comentárselo al director, a quien solo habría que repudiar en
la plaza de su pueblo natal ya que la película está bien filmada y se nota que
quien está detrás de la cámara, como la hermosa actriz que la protagoniza,
están preparados para algo más serio que esta nueva huevada “camarita en mano”
en la que se encomendaros vaya uno a saber por qué.
Le pongo 2 Juanpablos, la última escena los
vale
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