lunes, 8 de diciembre de 2014

“The Endless River” – Pink Floyd



Disco Malo de la Semana (que nada tendría que hacer en este blog pero es tan grande la indignación que usted disculpe)

“Things Left Unsaid”, pregona el título del primer corte o, en idioma más campechano: “Cosas que dejamos sin decirnos”. Y todos conocemos la irremediable trifulca que llevara a Roger Waters a alejarse de la banda en 1982 para volver dos mil años más tarde a regalarnos esas escuetas cuatro cancioncitas que eligieron con gran tino para tocar en aquel mega recital a beneficio –verdadero cierre definitivo de la historia de Pink Floyd- para volver a la nada misma montados en la célebre frase: “Tasa, tasa, cada uno para su casa”, pero volviendo a lo que nos compete, prosigamos con esta inquietante primera canción:
De pronto, y en lento “fade in”, unos inconfundibles teclados de Richard Wright todo lo envuelven. Fragmentos de cada uno de sus yeites milenarios se entremezclan y confunden para llevarnos de las pestañas a ese nuevo y extraño mundo que acontecerá de inmediato -debo admitir que por un mínimo instante experimenté lo que me pasó siempre que compré un disco de Pink Floyd y me encerré en la pieza, lo puse en la compactera, subí el volumen de los auriculares a un nivel casi molesto, me acosté en el piso, cerré los ojos, le di play y no los volví a abrir hasta que el disco completo hubiese terminado, que es lo que hice con cada uno de los 14 discos de esta banda que descubrí de rebote a los 12 años cuando escuchando “Give me Regards to Broad Street”, de Paul McCartney e hipnotizado por completo por el sonido de guitarra de ese desconocido que hacía el solo de “No More Lonely Nights” me dije, epifánico:
“Quiero tocar la guitarra en una banda y quiero ése sonido”.
Pero sigamos con la primera canción. De inmediato y con interferencia, como si Richard Wright estuviese hablando desde el propio cielo azul, el tecladista muerto de Pink Floyd admite, casi imperceptible y mezclado entre sus armonías de teclado, que “siempre han tenido un entendimiento tácito –debe hablar de Roger-, pero muchas cosas no se han dicho”, dejando entrever que aquello que musicalmente los unía con insuperable magia no tenía ni puta que ver con lo que podrían haber experimentado como amigos o socios. Algo por completo común en cada una de las bandas que hemos escuchado, porque como bien dijo una vez el gordo Casero, Ringo Starr y John Lennon no se juntaban los domingos en casa de Harrison a comer un pescado al horno. El entendimiento musical es algo inexplicable, desde siempre, y en toda banda.
Luego aparece la voz de Gilmour, quien también opina, imperceptible y casi inalcanzable, que siempre han gritado y peleado y discutido mientras buscaban algún arreglo musical, pero casi ni se lo oye, tapado por los colchones de su amigo del alma cuando de pronto aparece la voz del propio Waters, de manera sorprendente, también reconociendo ya no sé qué –acá sí es todo muy confuso y los colchones de teclado más los efectos puestos adrede para que no se entienda el mensaje tapan casi por completo estas tardías admisiones de “mea culpa” que seguro está ofreciendo el polémico bajista y comienza, ahora sí –¡qué nervios!- la obra.
Si es que puede llamarse “obra” a esta bolsa de insulsas huevadas perdidas y sin norte que quedaron como recortes inexplorables, como retazos inaplicables, de la construcción de “Division Bell” y “Momentary Lapse of Reason”, ambos discos que nunca deberían haber sido publicados con el nombre de Pink Floyd siendo Long Plays compuestos por tres de ellos y que nada de nada tenían que ver con el legado que venían cimentando, careciendo de su más importante compositor y alma de la banda -e incluso agregando de manera desfachatada a la mujer del guitarrista en algunas canciones al quedarse irremediablemente manijas de letras-.
Pero para acercarlos aún más a lo que quiero expresar, los voy a invitar a que se imaginen que yo voy y me gano el Quini.
En mi condición de músico y guitarrista con más de 25 años de darle a las cuerdas de mi Strato, tengo en la notebook más de cien composiciones que no llegaron a canción: fragmentos de cosas, dos notas tiradas en repetición hasta el hartazgo. Melodías que me gustaron pero que no me convencieron o a las que no les encontré una salida triunfal. Incluso boludeos con la guitarra pretendiendo hacer dormir a mis hijas. Todo sirve cuando uno está intentando hacer canciones o cuando siente que le vino la inspiración. Y de diez o veinte intentos a veces algo lindo sale a la luz, algo verdaderamente interesante de mostrarlo a mis cuates de banda.
Entonces imaginemos por un momento que me gano el Quini, gano mucho dinero y pierdo por completo mi objetividad. Y me vuelvo totalmente loco y agarro la notebook, voy de Vilaseca o de Palumbo y les digo: Quiero hacer un disco, acá tenés todas estas composiciones. A lo que los chicos, luego de escucharlas e intentando no hacer “cara”, me dirán “Bueno, vamos a armar una banda para tocarlas, te propongo a éste, a éste a aquel otro, tendremos que armar estas melodías, darles forma. ¿Las letras están?” Y yo, imperturbablemente millonario, los freno: “Nada de eso. Agarrá todos esos pedacitos de temas y ponelos como a vos se te ocurran en un disco, me voy a la esquina a tomar un café. Avisame cuando lo tengas listo”.
Si yo hiciera una cosa así generaría una simpática anécdota en la biblioteca de recuerdos del Vila, o de Palumbo. Les dejaría una buena e inesperada guita en el bolsillo y ahí terminaría la historia, que sería conocida por muy poca gente. Me tildarían seguro como “el loco del disco” o algo así y sería un mito urbano de 40 o 50 tipos que duraría solo un par de meses, para luego hundirse en el olvido sin más y buenas noches.
Cerrar con este repugnante moño la insuperable obra de Pink Floyd, la banda inglesa más completa que ha habido, la que consiguiera unir mensaje con música como ninguna otra lo ha logrado, que haya alcanzado la supremacía absoluta componiendo cada uno de sus discos conceptuales siguiendo una línea ideológica, hermanándolos y entrelazándolos de manera irrepetible con aquello que querían contarle al mundo, con ese baterista certero y otrora de poderoso golpe, con ese bajista que en los setentas y en vivo habría logrado hacerle hacer pis encima al propio Arnedo, con ese guitarrista que encontrara en las simples cosas y en la venerable pentatónica menor los tres o cuatro solos de guitarra más importantes que jamás se hayan escuchado en este mundo y con aquel tecladista ya extinto que lograra hermosear con su talento insuperable las elementales notas mayores que Waters ofrecía cuando venía con algún tema nuevo compuesto en la guitarra y en su casa; con esta inmunda falta de respeto a la razón, a la historia y a lo que estos cuatro excepcionales han logrado en 16 años ininterrumpidos de creación divina, es, por lo menos, insultante.
Lamento muchísimo este broche final de Pink Floyd. Me sorprende y no debería hacerlo. Hace 31 años que Pink Floyd, de la mano de David Gilmour, saca y saca cosas con el solo fin de generar divisas. Algunas aceptables, las menos, contadas con tres o cuatro dedos de una mano. Otras, vergonzosas, las más.
El egocentrismo debe ser el flagelo más terrible que ha azotado a la humanidad.
A Pink Floyd lo azotó dos veces.
A principios de los 80, Roger Waters estaba tan zarpado de ego que no podía ver a sus tres compañeros como piezas irreemplazables en el camino que estaba andando. Y se quedó solo con sus convicciones, como Aguirre, en La ira de Dios, impidiendo construir su broche final, "Amused to Death", como hubiese correspondido: con Mason, Gilmour y Wright, negándonos para siempre, egoísta y enceguecido, este regalo divino que lo deja a él en justo segundo plano.
Y en la actualidad David Gilmour tiene el ego por las nubes, por esas nubes que navega el botecito de la tapa.
Y Nick Mason pretende comprarse dos o tres Ferraris más.
Suerte que Roger Waters aclaró que “no tenía nada que ver” con esta “obra”.
Suerte que Richard Wright está muerto.
Sería impensado que intentaran una gira mundial con esta bolsa de moco fresco, pero no nos olvidemos quién está detrás de esto:
Sir David Jon Gilmour.
Seguro que lo intenta.

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy bueno, aqui te tengo que dar la razon, terminar la obra de Pink Floyd con ese rejunte de pedazos que quedaron por ahi es una falta de respeto total, una verguenza. Y me quede pensando lo que hubiera sido Amused To Death (que es un discazo) con Gilmour, aunque Jeff Beck lo reemplaza bastante bien, en mi opinion es el que mejor lo ha reemplazado en los discos solistas de Roger.