Con: Al Pacino, Bobby Cannavale, Annette Bening,
Jennifer Garner, Christopher Plummer, Josh Peck, Melissa Benoist, Katarina Cas
y Giselle Eisenberg
Dirección: Dan Fogelman
Cuando uno no tiene más nada para dar, no hay
caso. No tiene nada más para dar.
Y Al Pacino ya nos dio demasiado en su juventud
y deberíamos estar agradecidos por lo que nos dejó y no vapulearlo inútilmente.
Al menos tiene el decoro de colaborar en films
tontos e irrelevantes como Danny Collins a diferencia de su
colega igual de jubilado Robert DeNiro a quien solo le apetece firmar contratos
para protagonizar las películas más vergonzosas y malísimas que ha visto esta
última década. Pero en fin, ninguna de las dos cosas son buenas aunque hay que
reconocer una brisa de “mal menor” acariciando las trémulas mejillas de este petiso
y tano actor que en esta misma vida caminara con un pañuelo en la mejilla por
la zona de Corleone cuando se encontrara como una fea mueca del destino con
Apollonia, o años más tarde cuando con las manos en los bolsillos le dijera a
Fredo que éste ya no era nada para él, ni hermano, ni amigo ni nada.
Pero volviendo a lo que hoy nos reúne, Danny
Collins es una suerte de Neil Diamond (casi con seguridad dibujaron al judío cantor melódico, la canción que
pregona es una vil copia de Sweet Caroline aunque en realidad en la internete se comenta que emula a un tal Steve Tilston) quien en las puertas de su
tercera edad se presenta en shows “de taquito” y vistiendo una faja debajo de
su camisa, chupando un whisky detrás de otro y sin nada que lo emocione hasta
que un buen día su manager le regala –creo
que para los 70- una carta que el propio Lennon le escribiera cuando Danny
se iniciaba en donde le manifestaba que le gustaba lo que hacía y que cualquier
duda o consejo que pretendiese de él no tenía más que llamarlo y la carta nunca
le llegó y se pasaron 40 años sin recibir ése consejo. Entonces una copiosa
lluvia de obviedad y tosca decantación baña la historia: Pacino recibe un shock
de frescura al limón al advertir que su vida podría haber sido distinta, se
separa de su jovencita mujer quien lo gorrea con un muchacho y decide cancelar
las giras e ir a conocer a su hijo, a quien nunca le dio pelota y ahora es un
hombre grande de clase media baja con una hijita con problemas de atención, un
hijo en camino y una siniestra enfermedad que en cualquier momento se lo lleva,
por lo que el odio inicial y la lucha de Cannavale (hijo no reconocido del famoso cantante) por no hacer contacto con
su padre abandónico van virando de la seca mala onda a la neutra relación para
finalizar abrazados esperando juntos el parte médico.
Y la verdad es que si uno rememora la historia
de Al Pacino no tiene más que exclamar “Qué poco amor propio”, pero de
inmediato y sin remedio viene el cachetazo de lo que DeNiro hizo con su
carrera, y uno no puede más que admitir que los años pasan y la gente se pone
vieja, y ni remotamente todo el mundo tiene ni la energía ni el talento innato
luego de pasar 40 años por este planeta, así que no sé qué decirle de Danny
Collins, una película obvia y sonsa que enternece e indigna por igual.
Le pongo 4 Juanpablos.
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