Con: Amanda
Seyfried, Daniel Sunjata, Jennifer Carpenter, Wes Bentley, Emily Wickersham, Socratis
Otto, Katherine Moennig y Michael Paré
Dirección: Heitor Dhalia
Amanda es una joven y bonita (muy bonita, dios
mío) muchacha que intenta rehacer su vida luego de haber sido secuestrada,
retenida durante semanas en un pozo en el medio del bosque y haber estado a
punto de morir desollada a manos de un temible psicópata que la policía nunca
encontró y que por tal motivo decidió dejar el caso cerrado por no encontrar
una sola prueba del episodio.
Y la vida es muy difícil, dos por tres
recuerda el trágico suceso y debe rescatarse mentalmente para no caer en las
más oscuras depresiones mientras se ayuda con un sinnúmero de pastillas
ansiolíticas y antipánico que la mantienen como un robot, yendo a trabajar de
mesera para poder pagar las cuentas.
Pero es una chica muy valiente, inmediatamente
después de aquel incidente tomó clases de tiro al blanco y de artes marciales
por si alguna vez tuviera que ser víctima nuevamente de la “sensación de
inseguridad” que inunda las calles norteamericanas.
Y tiene una hermana, que es casi tan linda
como ella, con la que convive en una hermosa casa de dos plantas (porque el yankie hecho y derecho tiene casa
espectacular y varios modelos de automóvil). Y son muy rigurosas con el tema
de los horarios y las salidas y los candados y los pasadores en las puertas.
Aquel triste episodio que sufrió Amanda fue suficiente para cambiar por siempre
el estilo de vida de las dos hermanas, por lo que cada vez que una de ellas
sale a trabajar, anota en un cuaderno el horario de regreso, que es monitoreado
por la otra hermana dándole un plazo bastante corto de tiempo de yapa antes de
comenzar a buscarla en los celulares de las únicas tres o cuatro personas muy
allegadas con las cuales se podrían estar viendo.
Así es entonces que Amanda se dispone a salir
a trabajar y combina horarios con su hermana, que le deja bien en claro que ese
día debe rendir la última materia de su carrera, que va a ir a tal lado pero
que a tal hora estará de vuelta y que pin, que pun. Y Amanda se va a trabajar y pasa toda una jornada laboriosa en la taberna de cuarta donde sirve
huevos revueltos, pero al volver y abrir las cuatro cerraduras de su casa se da
cuenta que su hermana nunca fue a rendir, que nunca salió a enfrentar el día, que aun
lleva como prenda el pijama de la mañana porque no está en el tacho de la ropa
sucia, advierte que el anillo que le regalare su prometido está tirado en el
piso, encuentra sus libros y su carpeta abierta en la mesa donde la despidió a
la mañana, la ropa que se iba a poner luego de bañarse para ir a rendir doblada a los pies de la cama y setenta y ocho mil indicios muy criteriosos más
que le gritan en la cara que su hermana “HA SIDO SECUESTRADA”, por lo que,
desesperada, llama a la policía.
La policía, compuesta por los tres más malos
actores del año, está degustando unos Starbucks con las patas cruzadas
sobre los escritorios de la central de policía de ese tranquilo y ameno pueblo
estadounidense donde se desarrolla el filme, cuando suena el teléfono y Morocho
Pintón (el único de los tres policías que
tiene líneas en el guión, los otros dos se la pasan mirando y poniendo caras,
pero nunca emiten sonido, cincuenta dólares para cada uno) atiende y es la
rompe huevos de Amanda, que llama para denunciar que secuestraron a su hermana,
pero a pesar de que Amanda es una ciudadana que tiempo atrás fue víctima de un
secuestro que casi se transforma en muerte y que nunca jamás lograron atrapar
al sexópata que la mantuvo encerrada en un pozo en el bosque durante semanas,
el policía pone cara de “¿otra vez esta patética rompe huevos con sus
delirantes historias de secuestradores?” y le dice que se calme, que seguro que
su hermana está bien y que no podrán ayudarla hasta que pasen 24 horas de
desaparecida. Y le corta, ya que se le está enfriando el Starbucks de latte.
Pero Amanda no se queda con ese pedorro e
insensato consejo policial, tiene una corazonada de que algo anda mal (si su hermana aun lleva como prenda el
pijama de la mañana porque no está en el tacho de la ropa sucia, si advirtió el
anillo que le regalare su prometido tirado en el piso, si encontró sus libros y
su carpeta abierta en la mesa donde la despidió a la mañana, si la ropa que se
iba a poner luego de bañarse para enfrentar el día aun estaba doblada a los
pies de la cama y si tuvo setenta y ocho mil indicios muy criteriosos más que
le gritaron en la cara que su hermana “HA SIDO SECUESTRADA” eso no es una
corazonada, es una realidad hecha y derecha). Y parte rauda hacia la
central de policía, donde los agentes continúan disfrutando de sus exquisitos
Starbucks de latte con las patas sobre los escritorios sin saber lo que hacer.
Y cuando la ven entrar ponen todos la misma cara de “Uy, otra vez esta pesada
con el cuentito del secuestro” (como en
las últimas diez mil películas del género) y ella les cuenta, desesperada,
que es imposible que su hermana haya ido donde dijo que iría porque aun lleva
como prenda el pijama de la mañana, que no está en el tacho de la ropa sucia,
porque incluso advirtió el anillo que le regalare su prometido tirado en el
piso, porque encontró sus libros y su carpeta abierta en la mesa donde la
despidió a la mañana, porque la ropa que se iba a poner luego de bañarse para
enfrentar el día aun estaba doblada a los pies de la cama y por setenta y ocho
mil indicios muy criteriosos más que le gritaron en la cara que su hermana “HA
SIDO SECUESTRADA”, pero el policía morocho la mira como soportándola, toma un
tranquilo sorbo de café y le dice que se relaje, que seguro su hermana está a
salvo, y que es una mujer grande que quizás haya decidido irse sin dejarle una
nota.
Amanda lo mira como si el policía le hubiera asestado una inesperada cachetada y le dice que eso
no puede ser, que desde la vez que ocurrió lo de su secuestro son muy unidas y siempre se
están cuidando mucho, que tienen una batería de criteriosas herramientas para
encontrarse y saberse a salvo que la llevan a rajatabla desde aquel episodio y
que nunca jamás la quebrantaron, pero esto no alcanza para que nuestros
policías tomen cartas en el asunto, no. Solo se miran entre ellos con
expresiones de agotamiento, dándole a entender que no la aguantan más y que es
flor de plomaza, y le dicen que bueno, que no se preocupe, que ellos van a
investigar, como quién se quiere sacar un estorbo de encima.
Y Amanda se da cuenta que no le van a dar
bola, así que comienza a buscar por sus propios medios a su hermana
secuestrada, llamando al novio, que le dice que no la vio y que hace más de dos
días que no sabe nada de ella por su molesto examen final. Y llama a su mejor
amiga, con quien a veces estudia los finales, quien tampoco la vio y está
preocupada porque habían quedado en verse ese día para cotejar ciertas
cuestiones del examen. Así que Amanda vuelve a la central de policía con estas
nuevas e incuestionables pruebas y las tira sobre el escritorio de Morocho Pintón,
que no toma en cuenta una sola de las pistas que Amanda le ofrece y aduce que
su hermana es una mujer grande, que si decidió rajarse con otro o irse a vivir
a otro lado, nadie puede entrometerse en sus decisiones, a lo que Amanda, ya un
poco irascible, le espeta a los gritos que cómo puede pensar una cosa así si
claramente su hermana aun llevaba como prenda el pijama de la mañana porque no
estaba en el tacho de la ropa sucia, y que al bajar la escalera advirtió en el
piso el anillo que le regalare su prometido, con el que tan bien se llevaba, y
que encontró sus libros y su carpeta
abierta en la mesa donde la despidió a la mañana, y que la ropa que se iba a poner luego de bañarse
para enfrentar el día aun estaba doblada a los pies de la cama y setenta y ocho
mil indicios muy criteriosos más que le gritaron todo el día en la cara, tanto
a ella como a los estúpidos policías que les solicitaba ayuda, que su hermana
“HA SIDO SECUESTRADA”.
Pero los policías no dan el brazo a torcer y
no pretenden para nada dejar de degustar el exquisito café latte de Starbucks
que están sorbiendo con cautela de que no se les termine antes del fin de la
película y le dicen que quizás su hermana haya salido en pijama y se haya
comprado ropa nueva, que los jóvenes de hoy hacen cualquier cosa con tal de llamar la atención, que quizás se
haya ido a Las Vegas en pijama y se haya casado allí con un desconocido y
varias opciones más que hacen que uno piense si lo que hay dentro de los vasos
de papel de Starbucks que están tomando sea café latte o mierda líquida mal
cagada que les recontra pudrió las únicas tres neuronas que mantenían con vida
aquella mañana.
Y bueno, Amanda, cansada de que no le den
bola, comienza un raid implacable por recuperar a su querida hermana y se monta
en una cruzada por hacer ella las investigaciones que deberían haber hecho los
policías a los que ella les paga los sueldos con sus impuestos al día pero que
en lugar de salir a buscar desaparecidos disfrutan de cafes lattes de Starbucks
con las patas sobre el escritorio.
Y Amanda encuentra al malo, y encuentra el
bosque, y encuentra a su hermana. Y mata al malo, de varios tiros, y le deja un
mapa con las instrucciones sobre cómo llegar al lugar de los hechos sobre el
escritorio a los tres policías que aun disfrutan con ahínco de sus tres café
lattes de Starbucks, aunque ahora lo hacen con rostros de culpa, como diciendo
“Oh, Amanda tenía razón, deberíamos
haberla escuchado”. O quizás los rostros de culpa dijeran “Oh, fuimos partícipes de esta pelotudez
biónica copiada de un sinfín de películas de secuestro y muerte”, o quizás
sus rostros culposos expresen “Oh, me
pasé toda la vida intentando dedicarme a la actuación y nunca logré pegar un
rol como la gente y tengo que hacer este patético papel de policía terco y pelotudo
en esta superproducción donde toda la plata se la lleva esta rubiecita que está
más buena que comer pollo con la mano, mejor me pongo una fiambrería”.
No hay manera de describir lo estúpida, elemental y trillada que es esta nueva película de Amanda Seyfried.
No sirve ni para jugar al freesbie en el parque
con su perro.
Le pongo 2 Juanpablos, uno por cada ojazo de
esta rubita tan bonita.