Para Karim Djouder.
Die Hard (1988)
Con: Bruce Willis, Bonnie Bedelia, Reginald VelJohnson, Paul Gleason, Alan Rickman, Alexander Godunov, Bruno Doyon, De'voreaux White, Andreas Wisniewski y gran elenco
Dirección: John
McTiernan
Gran película de McTiernan que empujó de una patada en el culo a la
manera arcaica y oxidada de hacer policiales para nunca más volver a utilizar las
viejas herramientas y que le dio paso a todo lo que vino después refrescando
nuestros ojos, cansados de tanta huevada aburrida.
Llena de imperceptibles detalles que hacen a lo que ocurrirá más luego (el consejo en el avión del compañero de
asiento de Willis de quitarse los zapatos y caminar en la alfombra es genial -siempre
y cuando después no quedes en patas intentando liquidar a un montón de expertos
y sofisticados ladrones alemanes-. O cuando Holly se enoja porque cree que
Willis finalmente no irá a verla y acuesta boca abajo el único portarretrato
que la conecta con el misterioso policía que está arruinando el gran asalto,
más utilizar su apellido de soltera porque en esa corporación donde trabaja no
está bien visto que sea una mina casada) y muy comprometida en el mensaje
visual de lo que quiere contrastar (Ladrones
súper inteligentes, preparados, sofisticados y con un plan exquisito Vs tipo elemental,
sucio, en patas y con una pistola) sorprende la escena en que finalmente
logra matar al primer “terrorista” a quien se le sube encima como si fuese un chimpancé
y comienza a robarle sus pertenencias, estudiándolas antes de guardárselas en
los bolsillos como si fuese la primera vez que las ve, marcan claramente quién
manda y quién mandará durante el transcurso del film: El chimpancé. No importa
cuán perfectos sean y cuán preparados estén para dar ese golpe, tendrán que
vérselas con McClain, que llegó para aguarles la fiesta sin querer. Y ahora
tiene una ametralladora, Ho-Ho-Ho.
Y la trama va a mil por hora, no hay torturas, no hay escenas de más,
no hay situaciones estiradas hasta el bodrio. Cuando Karl entra con el Mercedes
y pone de un tiro al guardia, no le da tiempo a pensar ni quién será. O cuando
su compañero está intentando cortar el teléfono, Karl viene con una motosierra
y a la mierda, todos incomunicados. O cuando Hans le dice al dueño de la
corporación: Sr. Takagi, dígame el código que abre la caja fuerte. No lo sé.
Dígamelo o morirá, y no quiero manchar ese espléndido traje. Le digo que no lo
sé, tendrá que matarme. Ok. Pum. Y los sesos de Takagi enchastran el vidrio del
ventanal. Punto. Listo. A otra cosa mariposa.
Y es el minuto 23, y todo se va al carajo. Willis escucha disparos y no
le queda otra que agarrar su arma y salir en patas. Ya fue. Ya no lo podrá
resolver, quedará en patas por siempre. Y la hace corta, hace lo que haría
cualquier ser humano común, hace sonar la alarma de incendios, y no consigue
llamar la atención de las autoridades, porque Hans es vivo y logra anular el
pedido de auxilio. Así que llama por
radio a la policía, que de mala gana le manda un patrullero (a pesar de que pide auxilio mientras se
caga a tiros con los malos y la operadora claramente escucha los disparos, gran
estupidez) y entra en escena Al, con gran pachorra y demasiada alegría y
serenidad y, haciendo la vista gorda, se da cuenta de que no pasa nada y que
todo está calmo. Y Willis advierte que se irá irremediablemente, así que le
tira con un terrorista en el capot y lo re caga a tiros, para que despierta de
una maldita vez. ¿Así que no pasa nada? ¿Así que todo está en orden? Mirá cómo
no está en orden…
Todo eso ha hecho que Die Hard se convierta en lo que fue,
que tenga las insoportables secuelas siguientes, y que uno la mire hoy, en
2013, y siga divirtiéndose con las ironías de un joven Willis que aún intentaba
actuar con esmero, desnudo de apellido y de zapatos y comiéndose a un público
que aún no lo junaba demasiado y que lo amó al instante.
Después tiene sus lados flojos, todas las escenas de diálogos tiernos
heróicos y demasiado cursis de Al intentando darle ánimo a McClain son
realmente patéticas, o el estupidísimo jefe de Al, demasiado estúpido.
Pero los momentos de tensión son geniales, la escena en que McClain se
cuelga de la ametralladora, que calza justo en el marco de la ventana, es
insufrible. O cuando Hans le dice a Karl entre los tiros y en alemán : “Está en
patas”, pero Karl no entiende por el ruido, entonces Hans le dice, impaciente:
“Shoot the glass”, y revientan todos los cristales del lugar y McClain debe
arrastrarse al baño dejando litros y litros de espesa sangre patinados en los
cerámicos del piso… No solo está descalzo, ¡ahora no podrá pisar y deberá
envolverse la pata tajeada con esa musculosa mugrienta!
En definitiva, puedo seguir por los siglos de los siglos enumerando momentos mágicos de Die Hard, pero contaría toda la película, así que deje de lado que es un film yankie que muestra a un yankie que, en patas y con una camiseta ennegrecida por la mugre, se mete por las tuberías como una rata y anula a un experto alemán súper inteligente porque es un muy listo norteamericano. Si aún no la vio, hágalo, es una excelente película de fines de los 80 que abrió la puerta hacia una manera de hacer cine de acción que aún no se conocía y hoy disfrutamos.
Le pongo cientos de Juanpablos.
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