Con: Sam Elliott, Ray Milland, Joan Van Ark, Adam Roarke, Judy Pace,
Lynn Borden y un montón de ranas toro
Dirección: George McCowan
Resulta que una bella tarde de verano, Sam
Elliott, el famoso cowboy de bigotones y recia estampa que todos conocemos quien cuando era joven era un alarmante clon de Juan Martín del Potro consiguiendo que ni bien
apareciera en escena saltemos de nuestras butacas exclamando: “¡Juan Martín del
Potro!”, viene navegando su humilde canoíta meta sacarle fotos a los reptiles del
lugar -está muy ensimismado con su tarea y la escena es flor de bodrio lento
como comentario de Juan José Paso- cuando de pronto el director nos muestra con
vértigo a unos jovencitos ricachones quienes, cerveza de lata en mano, dibujan
las más arriesgadas cabriolas con su potente y exclusiva lancha deportiva tan
contrastante con la humilde canoa de nuestro simple Juan Martín, quien sonrisita, camisa vaquera y
cámara de fotos en mano, intenta sorprender a una rana para tomarle una foto.
Luego, lo inevitable. Juan Martín, volviendo de
su día de trabajo en la canoa debe cruzar el río y los jovencitos alcoholizados
le pasan por encima, dándole vuelta la canoa y haciéndole perder no solo su
completo día de trabajo, sino también su cámara y sus pertenencias.
Por suerte Juan Martín ha salido ileso, solo un
revolcón en el agua y unos vaqueros mojados. Los jovencitos ricachones son boludos pero buena gente, así que lo
socorren y lo invitan a la mansión donde viven para que pueda cambiarse de
ropa, darse un baño y hacerse del dinero necesario para reponer su
equipo fotográfico. Pero cuando llega, el pudiente muchachito lo presenta con
su abuelo, dueño de la mansión y de las vidas de todos aquellos que habitan su
morada, quien lo recibe con cara de muy pocos amigos y con una mala
actuación que sin dudas ha sido la estrella de aquellos setentas.
Juan Martín nota el descontento, pero no se aflige
demasiado. Solo necesita una ducha, un par de pantalones, una camisa y ver de
empomarse a la hermana del pudiente muchachito, quien incluso en la lancha ya
lo miraba con hambre de sexo casual.
La mansión es bellísima, y los actores del
reparto, horrorosos. No saben ni pararse con estilo. El abuelo, en perenne
silla de ruedas, utiliza una manta para taparse las piernas y ordena que le
sirvan un Campari detrás del otro mientras su nietos, todos tipos en sus
treintas que no tienen lo que hacer, juegan al croquet haciendo honor a su apellido (son los Crocket's) y beben vodka luciendo camisas con los cuellos
más impactantes que usted imagine. Y todo es placer y lujos, salvo por el
tedioso e infumable croar de miles, qué digo miles, millones de ranas toro que
han copado la isla y acechan a los humanos en clara posición de ataque.
Pero ni la familia, ni los sirvientes ni el
invitado toman nota de esto. Una rana nunca le hizo daño a nadie, así que de
pretender llamar la atención quizás deberían haber portado armas, o ponerse a
hablar en húngaro, pero ¿acechar con esos ojos saltones y nada más? Qué sé yo...
Y el ruido, decía, es tan molesto que no deja
dormir a estos ricachones. Y todos elevan quejas al abuelo y le solicitan
volver a la ciudad, pero en dos días el abuelo cumplirá equis cantidad de años,
y una vieja y persistente tradición familiar obliga a pasar esa semana todos
reunidos en la mansión de descanso. Así que Abuelo pide a Juan Martín que vea
de terminar con el flagelo de las ranas. Juan Martín es fotógrafo, no fumigador
de ranas, pero acepta el reto y se interna en el bosque, intentando descubrir
por qué carajos hay tanta cantidad de ranas toro alfombrando el condado. Pero
al poco tiempo descubre con pavor -con el pavor que podría describir en su rostro Juan
Martín del Potro- el cadáver masticado por ranas (le juro) del jardinero de la
mansión, así que Juan Martín vuelve y le informa esto a Abuelo en privado,
quien le agradece no haber mencionado el tema delante de todos porque una vieja
tradición familiar obliga a la familia a pasar la semana de su cumpleaños meta
tomar alcohol y dar órdenes a los sirvientes hasta el día de su aniversario.
Juan Martín no comparte la idea de continuar adelante con los festejos pero
advierte que al viejo no le afecta en lo más mínimo la muerte del jardinero y que
no va a deponer su actitud de continuar con la fiesta de cumpleaños.
El problema es que las ranas ya dieron órdenes
a los demás reptiles (iguanas, lagartijas, cocodrilos y víboras del lugar) de
que tomaren cartas en el asunto y liquidaren de una vez a toda la familia.
Así que un nieto va a buscar unas azaleas para
un arreglo floral al invernadero y las iguanas le tiran frascos de veneno (si no
me cree, véala, está en Netflix), asfixiándole. Juan Martín, al descubrirlo le
informa su deceso a Abuelo, quien le agradece que se lo haya hecho en privado
para no levantar la perdiz y poder continuar con los festejos. Juan Martín no
puede creer el temple frío de este viejo lisiado, pero tampoco puede hacer nada. Él es
sapo de otro pozo y solo puede esperar que alguien le dé un aventón y lo saque
de allí en el momento justo en que otro familiar grita de espanto. Otro nieto
ha sido asesinado y se encuentra muerto y enfundado en telas de araña. Juan
Martín, al descubrirlo le informa su deceso a Abuelo, quien le agradece que se
lo haya hecho en privado para no angustiar a los demás invitados y así poder
continuar con los festejos. Juan Martín no puede creer el temple frío de este
viejo, pero tampoco puede hacer nada. Él es sapo de otro pozo y solo puede
esperar que alguien le dé un aventón y lo saque de allí en el momento justo en
que otro familiar grita de espanto. La abuela de la familia, o la madre de los
nietos –no me queda claro, es una vieja- salió con su red atrapa mariposas en
busca de una que le faltaba en su colección y ¡zas! ¡Miguel Mateos!, una víbora
cascabel le muerde la cara. Juan Martín, al descubrirla, le informa su deceso a
Abuelo, quien le agradece la discreción de no andar contando esto a boca de
jarro para no preocupar a los demás familiares y así poder continuar con los
festejos. Juan Martín no puede creer el temple frío de este viejo, pero tampoco
puede hacer nada. Él es sapo de otro pozo y solo puede esperar que alguien le dé
un aventón y lo saque de allí en el momento justo en que otro familiar grita de
espanto. Y a pesar de que usted no lo crea, Juan Martín, al descubrirlo le
informa su deceso a Abuelo, quien le agradece que se lo haya hecho en privado
para no llamar la atención de los demás comensales de manera de poder entonces
continuar con los festejos.
Y ya no queda nadie en la mansión. Todos han
muerto a excepción de la jovencita que desea que Juan Martín la penetre de una
vez, Juan Martín, dos pendejitos que trabajan muy mal sus papeles y el viejo
cabeza dura, quien no se doblegará ante la incesante lluvia de infortunios que
están amenazando con cancelar los festejos. Y a pesar que tanto Juan Martín
como Muchachita le aclaran que ya no habrá cumple y que ellos se las toman, invitándolo a que fuese con ellos, el viejo desecha el convite, se sirve un enésimo Campari y
se queda mirando por la ventana como su nieta, Juan Martín y sus bisnietitos
huyen del lugar mientras una horda incalculable de ranas toro copan la mansión,
toman el estudio donde el viejo se está mamando y, aparentemente, lo matan. Digo "aparentemente" porque lo que se ve es que el viejo pone cara de espanto, cae al
piso y unas ranas le saltan encima.
Mientras tanto, cerca del lugar, Juan Martín,
Muchachita y ambos retoños logran escapar de las ranas y encuentran ese aventón
que hacía tanto les venía siendo esquivo.
Le pongo 3 Juanpablos. La sola idea de haber
pergeñado esta estúpida historia merece tanta cantidad de puntos, de lo contrario se
llevaba solo un cero.
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