Con: Mena Suvari, Stephen Rea, Russell Hornsby, Rukiya Bernard y Carolyn
Purdy-Gordon en el glorioso papel de: La jefa
Dirección: Stuart Gordon
Resulta que Mena Suvari, ya no solo lejos de
sus tiempos de gloria sino que directamente avocada a matarse el hambre con lo
que mierda sea, y cuando digo “con lo que mierda sea” me refiero a que lo único
que aún no exploró –y para ello solo faltan meses- es el cine porno y/o aceptar
la derrota y tomar ese trabajo de media jornada como cajera del supermercado
chino de a la vuelta de su casa, asociada de manera dantesca con Stephen Rea,
otro al que ya los años de gloria se le han escurrido incluso de sus propias
memorias, construyeron esta simpática e impiadosa pelotudez insoslayable que a
continuación intentaré dibujar.
Mena es enfermera en un hospital de ancianos donde el encargado del casting,
al no conseguir viejitos de en de veras y acudiendo solo
a parientes lejanos, desesperados y canosos, uno de ellos clama por la joven,
ya que se ha cagado encima. Y no hay nadie mejor que Mena para limpiar el
enchastre que dejó en la cama, enchastre que nuestro sutil director no escatima
en explícitos para mostrarnos bien toda la caca en las sábanas y la inútil
intención de aparentar senilidad en este patético actor de sesenta y pico que
pretende convencernos sin una sola herramienta de que tiene 87.
Y Mena es una enfermera muy apasionada de su
trabajo, le fascina limpiar culos chorreados de caca que nuestro sutil director
nos muestra con total explicitez. Y esto le suma puntos en su trabajo. Su empleadora,
malísima actriz, ya está casi dispuesta a darle el cargo de “Jefa de
enfermeras”. Nadie ha limpiado, limpia o limpiará la caca de los supuestos
viejitos como lo hace Mena. Y la contradicción inunda las escenas, ya que si la
jefa reconoce esto no se entiende muy bien para qué la asciende. ¿Quién dejará
esos culos seniles pulidos espejo? Nadie.
Picazón colectiva.
Esto llena de euforia a Mena, quien no puede evitar imaginarse dando órdenes lejos de los culos cagados de los supuestos
viejecitos. Y tan dispersa está que luego de ir a festejar por adelantado con
dos extras que no hubiesen calificado ni siquiera para mal actor de reparto en una película
de Ed Wood –hay uno que, directamente,
dos por tres mira la cámara que lo está filmando- agarra y, manejando medio
puesta por pastillas de éxtasis, levanta como sorete en pala a Stephen Rea,
quien acaba de volver de un centro de atención al indigente en donde una vez
más no consiguió un trabajo de lo que sea. Y con tanta mala pata lo atropella,
que el pobre hombre queda infestado de fracturas expuestas y chorreando más sangre que la que podría engalanar su cuerpo con medio cuerpo dentro del auto.
Mena, extasiada por las pastillas y perturbada
por el suceso, acelera a fondo y lleva al atropellado al hospital como hace
poco y en la vida real lo hiciere el hijo de famoso locutor radial de voz
gruesa e ideas izquierdistas, pero en el camino comienza a preguntarse si no
quedará pegada en el hecho, ya que está conduciendo bajo los efectos de las
drogas, así que desiste y se va a su casa -con el tipo clavado en el parabrisas
y una suerte tremenda que la acompaña en el viaje ya que nadie advierte su
aparatoso y escatológico andar-. Deja el auto en su cochera y se va a dormir
–con Rea aun clavado en el parabrisas-.
Y al día siguiente debe ir al trabajo y se
acuerda de pronto lo sucedido e, implorando que haya sido solo un feo sueño,
acude al cobertizo a constatar la veracidad del accidente cuando, con pavor
extremadamente mal actuado, advierte el cuerpo empapelado de fracturas
expuestas de Rea atravesando el parabrisas.
De pronto. Una patita con fractura expuesta se
mueve, como si quisiese espantarse una mosca. Oh, Dios santo. Rea está vivo.
Horror. Candor. Desesperación. Y ahora, quién
podrá ayudarla.
Mena llama a su novio, un mulato re malísimo en
eso de actuar, y le pide ayuda. Deben deshacerse del cuerpo. Y, lo peor:
primero deberán matarle, de lo contrario no sería un cuerpo. Por lo que un
inclemente desfile de espantosas escenas se suscitan sin más delante de nuestro
inocentes ojos al punto que en un tiro, ya sin saber cómo continuar con esta
imbécil historia, Mena sube al auto y le implora a Rea “¡¿Por qué me haces
esto?!”, cuando es precisamente ella la única que está haciendo algo malo a
alguien, en este caso a su atropellado.
Pero Rea, lejos de quedarse en el molde o
morirse de una vez por todas así deja de “hacerle eso” a Mena, insiste con
liberarse, y a pesar de estar completamente fracturado con sus huesitos fuera como
escarbadientes que salen de su carne al estilo “brochetas de lomo al strogonoff”,
se libera, intenta arrancar el auto y atraviesa las más improbables situaciones
todo quebrado como está, hasta que finalmente es él quien acaba con Mena y su
novio, prendiéndolos fuego en el cobertizo y huyendo con un improvisado bastón
a pesar de las múltiples fracturas expuestas que deberían haberle matado más o menos de
inmediato, o al menos haberle impedido de moverse habiendo pasado toda esa
cantidad de días oculto en el garaje de la casa de su atropelladora.
Así que déjenme de molestar con esta película.
Que Mena Suvari haya caído en esta desgracia tan terrible es más o menos
previsible. No ha hecho nada luego de American Beauty, donde solo nos
deleitó con su cuerpo de lolita. Y ese estúpido trenzado a lo Bo Derek que se
clavó en el pelo que ni a la propia Bo Derek le quedaba bien, no solo no la ayuda
para nada sino que, al menos en mi humilde opinión, debe ser el culpable
directo de que no la contraten al menos para una película de clase B, pero ¿Stephen
Rea? Dios mío… Qué triste es la vida del actor que no logra mantenerse en
vereda.
Ponerle 1 Juanpablo sería faltar el respeto de
lo bueno que pudiesen haber hecho estos dos en sus épocas de gloria.
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