Con: Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, Jim Caviezel, Faran
Tahir, Amy Ryan, ¡Sam Neill!, ¡¡Vincent D’onofrio!!, Vinnie Jones… y el
invalorable aporte actoral de Curtis Jackson, como el implacable e irrelevante
“Hush”
Dirección: Mikael Håfström
Resulta que mi primo, que se ve que se aburre con gran facilidad, en esta ocasión se pone
en la piel del temerario Ray Breslin, suerte de moderno Houdini de prisiones de
máxima seguridad que comete delitos adrede para ingresar en dichos penales y
así poder escapar con el fin de visitar, una vez escapado y con su socio
D’onofrio, a las empresas que construyen cárceles inviolables de máxima
seguridad y mostrarles dónde cometieron el error y cómo pudo escaparse para venderles entonces el kit para armar la cárcel más inviolable del mundo y
llenarse de oro.
Y tal es su pericia, profesionalismo, carisma y
talento de escapista que escapa sea como sea, que el propio FBI lo contrata para meterlo de prepo en la
unión carcelaria más complicada, más zarpada, más inviolable y más inaccesible
que usted haya visto y que exista en todo el cosmos. Esta cárcel está construida de una novedosa
manera que deja en el pasado y en el olvido más descartable a cualquier otra cárcel inviolable, sea esta cual
fuere. Pero para poder recibir el presupuesto del gobierno de los Estados Unidos
de América y así poder ponerla en funcionamiento, primero debe pasar la prueba “Ray
Breslin de sellado perfecto”, y ¿qué mejor que contratar al viejo escapista
para encerrarlo dentro y esperar a que escape o se rinda detrás de los
barrotes? Pues nada, así que una bella agente del FBI visita las oficinas de Breslin
Escapes & Co. y le ofrece 2,5 millones por el trabajo. Mi primo acepta,
contento (yo hubiese agarrado viaje
igual, me vendrían muy bien 2,5 millones de dólares en este momento)
mientras que su secretaria no queda conforme y su técnico de computación (que es quien siempre asiste a Sylvester
desde una locación remota) también denota intranquilidad en su rostro de
mal actor que carga con estoicismo Curtis "50 Cents" Jackson sin excusa aparente.
Luego se preparan para el nuevo trabajo, Curtis
implanta en el hombro de su jefe un chip con GPS para saber dónde lo llevarán,
Sly saluda con un tierno abrazo a su secretaria y a D’onofrio, y parte al centro
de New Orleans, meca de toda nueva película mala que se geste luego del huracán
Katrina, para esperar a que lo recojan con la combi que lo trasladará a su
nuevo destino. Pero dicho vehículo, lejos de ser del estilo Manuel Tienda León y
conducido por algún jubilado joven de camisa blanca, corbata y vaqueros gastados, es una camioneta negra, amenazadora e
infestada de intimidantes fornidos muchachos que, tapando con cobardía y
pasamontañas sus rostros, secuestran al viejo Sly, lo meten dentro de una
patada en el culo y de inmediato le tajean el hombro para extirparle el chip
que señala su ubicación, aplástandolo contra el suelo de la camioneta y destruyéndolo por completo. Y claramente lo han roto, porque en las oficinas de Stallone, la pantalla de la
notebook deja de mostrar el puntito rojo que paseaba las calles del plano de New Orleans con un seco ¡Puchík! (sonido cibernético que
hace un chip cuando desaparece aplastado por la culata de un revolver).
Horror. Clamor. Candor. Confusión. Y ahora,
quién podrá defenderlo
Esto preocupa en demasía a Secretaria, quien
increpa a D’onofrio entrando de prepo en su oficina, reclamándole que ahora no
podrán saber nada de Sly y que a él sólo le importa la plata, cosa muy cierta,
por cierto, de lo contrario no hubiese aceptado colaborar en esta insensatez.
En eso, la camioneta llega a un puesto en donde
cubrirán la cara tuneada de nuestro pariente para subirlo a un helicóptero,
sedarlo y así depositarlo en su destino final mientras Secretaria vuelve a la
oficina de Curtis y le pregunta si volvió a recibir la señal del puntito rojo,
pero Curtis, sin mirarla, le manifiesta que “sigue igual que ayer. No puedo encontrarlo”. La joven insiste con
preguntas necias y sin sentido de toda película malísima y le espeta: “¿Hiciste el diagnóstico del sistema?”,
y Curtis responde otra obviedad: “2 veces”,
a lo que la muchacha, ya presa de la más cruel escena pelotuda del mundo le clava:
“Hazlo otra vez” (¿Con qué fin, Secretaria? ¡Claramente le han extirpado el chip del hombro!, ¡ustedes fueron testigos de cómo el puntito rojo desapareció para siempre!, ¿para qué
seguir dando vueltas sobre algo que no se revertirá?).
Y mientras Curtis y Secretaria pierden tontamente el
tiempo para conseguir necesarios minutos de relleno, Sly llega finalmente a la
cárcel que deberá auditar y despierta de su sedación. El lugar es hermético como
nada que usted haya visto en su vida, un frasco de mermelada La Campagnola
cerrado al vacío no está lo suficientemente cerrado al vacío como esta mega cárcel
que aún no ha sido aprobada por el Senado pero que, paradojicamente, ya está súper
poblada de los más recios, viles y crueles asesinos seriales de todo el
planeta, custodiados por docenas de absurdos policías enmascarados
que acatan las órdenes de Hobbes, el director carcelario más macabro que usted
haya conocido, quien recibe a Sly y le dice que, de ahora en adelante, él le
pertenece, y que nada de lo que diga o haga hará que deje de azotarlo,
golpearlo y ajusticiarlo por mano propia y la de sus enmascarados súbditos.
Sly, confundido y alelado, le dice que espere, que se rescate un toque, que él
venía a ver cómo hacer para escaparse de ahí, que el FBI lo mandó para eso. Pero
Hobbes no puede siquiera concebir lo que acaba de escuchar y envía a nuestro primo a
una celda de penitencia, un cubículo de metal donde el penitente deberá
soportar por horas el alumbramiento de unos focos como de cancha de fútbol que
iluminan el metro cuadrado del nicho para volverlo loco y darle un color
caribeño a su piel.
Sly no puede creer su mala suerte, nunca le agradó la piel tostada y todo ha sido
una terrible confusión. Ahora deberá escapar sí o sí del lugar para poder
mantenerse con vida, así que aprovecha su estadía en el cajón de la penitencia para
advertir unos remaches que bien podrían ser descabezados si alguien le consiguiese un
pedazo de metal redondo de tres pulgadas. Así que, al salir y disfrutar
de su primer recreo en compañía de montones de presos políticos peligrosísimos,
se hace amigo de Arnold Schwarzenegger, uno de los presos peligrosísimos, quien le cuenta que le puede conseguir lo que sea. Esto es medio raro, porque se nota
que aquella es una cárcel nunca vista, muy nuevita, de recontramáxima seguridad
y que ni siquiera debería aún poseer un stock tan caudaloso de reos. Y el procesado que consigue cosas,
en general, es un tipo que hace años está cumpliendo condena en el mismo lugar,
ya se conoce todos los yeites del predio e hizo migas con el cocinero, con el
portero, con el lavandero y la mar en coche, así que bastante absurdo y
pelotudo el rol de “conseguidor de cosas” de Arnold Schwarzenegger.
Sly acepta y le pide el disquito de metal de 3 pulgadas, cosa aún menos
accesible para una cárcel en donde ni siquiera hay trabajos comunitarios ni
nada de eso, pero Arnold Schwarzenegger
misteriosamente se las sabe todas, así que le dice que le dé una piña, que
monten una tonta pelea y así poder terminar los dos en el cajón de la
penitencia. Rocky lo pone. Los policías caretas los encarcelan.
Días de tortura lumínica más tarde, Arnold vuelve al recreo y se sienta
con el viejo Sly como si fuesen grandes amigos ante la mirada necia de los
Policías Caretas, que solo fueron contratados para menear unos rifles y no
tener ni objetividad ni criterio alguno sobre lo que deben custodiar. Tanto
Stallone como Schwarzenegger bien podrían haberse puesto a jugar al elástico
como niñitas en medio del playón de recreo y los policías con careta no
hubiesen visto esto como algo raro luego de que semanas atrás debieron
separarlos entre varios de las piñas que se daban, así que continúan meneando
sus rifles con la parsimonia de un zombie mal contratado.
Entonces está todo listo para el segundo paso, Sly ya tiene su disco de
metal de tres pulgadas que Arnold encontró justo debajo del escritorio del malvado Hobbes (¿?) y ahora solo resta montar una nueva pelea de recreo para
volver al cajón de la penitencia, donde gracias a la potencia descomunal de los
focos lumínicos sumada a la destreza de nuestro escapista que con el disquito refleja la luz de
los lamparones en las cabezas de los remaches para descabezarlos, conseguiremos
un práctico escape por una tubería extrayendo un chapón del suelo.
Experiencia. Maña. Habilidad inusitada. Cárcel no tan inviolable. Viva Rocky.
Y no hay tiempo que perder. Sly recorre los pasadizos del lugar mientras
Schwarzenegger grita en alemán un montón de inconveniencias que a cualquier
guardia cárcel bien preparado le hubiesen servido para advertir que aquellos
gritos no eran otra cosa que una tonta y trillada forma de llamar la atención y
así descuidar otros flancos, pero a pesar de que la cárcel es la de más máxima
seguridad de la galaxia toda, los policías no son, vamos a decir, los tipos más
inteligentes que ha alumbrado este mundo.
Así que Sylvester logra salir a la superficie y ve con pavor que se encuentra
en un inmenso transatlántico en medio del puto océano, así que vuelve a su
cajón de la penitencia como si esto fuera lo más fácil y rápido del mundo.
Cumple su semana de purga y, al regreso a los recreos colectivos, pergeña de la
manera más tonta que usted pueda imaginar, el escape, con Schwarzenegger y un
árabe más bueno que Laura Ingalls en misa mientras, en tierra firme, Curtis 50
Cents Jackson, presa de un momento de gran fluidez en su intelecto, decide
googlear
“Encarcelamiento privatizado” + “Fuera de la ley” y le
sale en Wikipedia: “La Tumba” (Al final tanto chirimbolo sofisticado y tenías que usar el Google, Curtis ¿Quién escribió esta historia? ¿Mi abuela Mary? ¡Dios!). Así que imagina que su
jefe seguro está ahí pero ya es tarde. Sly logró escapar gracias a su pericia y
la ayuda de Schwarzenegger y el
árabe y termina arribando a las costas de Marruecos luego de hacer explotar por el aire a Hobbes mientras Secretaria y
Curtis duermen a D’onofrio, lo meten en un auto y lo encierran en un container
con destino a no sé dónde y la película termina con el otrora
gran actor dramático gritando como un pelotudo dentro de un container en medio
del océano con rumbo incierto.
Diga que quiero mucho a mi primo y que odiaría tener que dejar de comer
los tallarines con tuco que hace su madre cuando nos juntamos una vez al año en
su casa de Vermont mientras degustamos unos vermouths, que si no, es para pegarle un contundente cachetazo en
la frente.
Le pongo 2 Juanpablos, la escena en donde Schwarzenegger, el árabe y él
sonríen a la cámara de vigilancia es graciosísima, pero es lo único.
PD: Nunca jamás, durante el transcurso de toda la película, ni Stallone ni Schwarzenegger cargan con esos impactantes fusiles-metralleta que blanden en el póster del film.
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