Con: Liam Neeson, David Harbour, Dan Stevens, Brian
“Astro” Bradley, Sebastian Roché y gran elenco
Dirección: Scott Frank
Resulta que Neeson, caracterizado 15 años más
joven que en la actualidad de la manera más tosca, entra con su larga peluca y
sus esforzados cuarenta años a desayunar en un bar donde todas las mañanas se
clava dos whiskies y un cafecito antes de encarar su día como detective de la
policía de New York.
El bartender lo saluda con amor pero él ni lo mira,
agarra el diario y da dos golpecitos a la barra. Neeson es un típico alcohólico
y recio policía neoyorquino, y ningún bartender de cuarta va a conseguir buenos
modales en sus mañanas de crimen y castigo.
Se sienta a leer el diario al instante en que el
buen hombre le acerca los dos whiskies y el café, y Neeson, sin siquiera decir
gracias, sin mirarlo, ninguneándolo con pavor, se clava un whisky, toma un
sorbo de café, y se clava el otro vasito justo cuando entran al lugar tres
extras que hacen de malhechores que morirán en breve y disparan flor de
escopetazo al bartender, quien hasta hace segundos era completamente despreciado
por Neeson y ahora resulta que era más querido que su propio hermano, por lo
que se levanta, enérgico y sale a los tiros intentando cobrar venganza.
Mata a uno, corre a otro. Le dispara. Su estado
de alcoholizado perenne le resta puntería. Intenta nuevamente. Le da. Corre al
otro. Tira una vez. A la rodilla. Tira una vez más. Lo pone. El bartender podrá
descansar en paz.
Pero cuando vuelve al bar a buscar sus
pertenencias, el horror: uno de sus tiros mal apuntados rebotó en el suelo y
dio de lleno en el ojo de una niñita que por allí pasaba, matándola en el acto,
así que decide abandonar el whisky, anotarse en AA, renunciar a su trabajo de
policía y vivir de la triste labor de detective privado de poca monta.
Así es que un buen día, diez años más tarde y ya
sin esa patética peluca, un malísimo mal actor que compone produciendo
cataratas de vergüenza ajena a un
traficante de drogas “bueno”, le encarga el trabajo de encontrar a los asesinos
de su mujer, quien fuera secuestrada a cambio de un millonario rescate para, luego
de entregar el dinero recibir a cambio solo bolsitas con fragmentos ensangrentados
de su amadísima amada.
En un primer momento, y ya edificando este
escenario por millonésima vez, Neeson desecha la oferta, pero se ve que en los
camarines, antes de las siguientes tomas fílmicas, el director (Scott Frank: Minority Report, Marley and
Me, dios mío, qué bajo caen algunos) lo convenció de que le dé para
delante nomás porque de lo contrario no iban a poder seguir filmando la
historia, así que acepta y comienza a investigar a éste y a aquel otro y de
forma más que expeditiva da de inmediato con estos asesinos implacables, y
justo cuando los tiene a tiro los tipos secuestran a una dulce preadolescente
hija de otro narco “bueno”, quizás buscando en el espectador que aplaudiera con
voracidad aquella tontería que lo sacara un rato del fango que fue Taken,
en donde dejaba la vida por rescatar de las garras de la mafia rusa a su hija
de 17 y que diera tantas detestables secuelas, tanto de éste torpe grandote
como así de varios otros boludos que se prendieron en el género, para ahora
apostar a más y más bajando la edad de la niñita a punto de ser no solo violada
y vejada hasta que la hermosa vida vivida no hubiese tenido sentido sino que
también mutilada, desmembrada y decapitada con sarcasmo por dos asesinos muy
malos actores que no podrán jamás, en ningún momento de la película, hacernos
sentir otra cosa que pena o ganas de ir al Coto a comprar dentífrico.
Y a todo este combo de bajísima estofa,
agréguele que en el nudo del film aparece un dulce preadolescente mulatito
huérfano quien, en lugar de fumar paco y entregarse a la mala vida, se pasa las
horas leyendo y estudiando en la biblioteca municipal, y Neeson, quien busca
información sobre los asesinatos, lo apadrina con ternura y lo invita a
participar en la búsqueda de los asesinos ya que el sueño del joven niñito es
ser “detective”, y los encuentran y los matan de la manera más trillada del
mundo.
Así que déjeme de joder con este nabo de Liam
Neeson que ya me tiene las escátolas coloradas de tanto arrastrarlas por el
piso.
Qué hijo de puta, dios mío.
Le pongo 2 Juanpablos, la escena en que el
gordito le dice en la terraza que lo acompañará a encontrar a los asesinos pero
que primero lo deje alimentar a las palomas tenía un desenlace tan pero tan
obvio que me salió un sarpullido de solo ver cómo Neeson se hacía el que no se
daba cuenta lo que pasaba. Ni qué hablar de la estúpida intentona de quien
escribió esta huevada de hacer pasar por tipos buenos a dos narcos damnificados
por los asesinos, la verdad que eso me deja sin palabras. Y aumenta el sarpullido.
Me voy que me pica todo el cuerpo.
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