Con: Denzel Washington, Chloe Grace Moretz, Marton
Csokas, David Harbour, Bill Pullman, Melissa Leo, Johnny Skourtis y unos extras
rusos
Dirección: Antoine Fuqua
Resulta que Denzel Washington, atacado por un
cruento pedo tísico por la ingesta desmedida de grapa en mal estado, aceptó
ponerse en la piel del temible/apacible McCall, un jubilado berreta y
silencioso que entretiene sus últimos días trabajando en un Wall Mart en la
sección construcción, donde una docena de jovencitos que no pudieron estudiar
una carrera terciaria para recibirse de abogados y así hacerse millonarios
cagando a alguna multinacional, se ríen del viejo, quien les parece un trasto
pasado de moda, aunque macanudo.
Y el viejo Denzel se ríe con ellos y ayuda a un
obeso compañero a convencerlo de que no debe comer papas fritas e ingerir
azúcar si lo que pretende es que en Wal Mart lo asciendan a “empleado de
seguridad” para así poder pasear por el megastore disfrazado de policía aunque
sin ningún elemento contundente que anule al posible malhechor. Ese tipo de
trabajo que solo existe para dar una “imagen de seguridad”. Esa imagen de
seguridad que solo da pena de quien la viste.
Y Denzel es muy correcto, tiene todas sus
cuentas en orden, vive solo, se baña a diario y cepilla sus zapatillas. Es un norteamericano
de ley. De casa al trabajo y del trabajo a casa. Cena. Limpia todo, como un
americano correcto y de baja condición económica, y luego se va a pasar la noche
a un bar del barrio para leer algún clásico como “El viejo y el Mar”, o “Las Colegialas
se Divierten”.
Y tiene su propia mesa asignada. Tampoco es que
el lugar esté así de gente a las dos de la mañana, pero Denzel elige siempre la
mesa cerca del ventanal, acomoda los cubiertos, se pide un té y se pone a leer
mientras llega y se acoda en la barra, como todas las noches, la putita de la
zona, a la espera de clientes que la clamen por teléfono.
Denzel es muy correcto, muy de no meterse en la
vida del otro, pero algo en sus ojos nos dice que de alguna manera está al
tanto de lo que le pudiese ocurrir a la joven, a quien siente como una hija.
Charlan. Siempre de lejos y distantes. Ella le pregunta qué está leyendo hoy,
él se interesa por la piña que le dieron en un ojo. Ella le miente, y le dice
que se tropezó. Él no le cree.
Y la vida sigue, y hay que marcar tarjeta en
Wall Mart y Ralphie (nunca mejor elegido el nombre de este actor de reparto que
debe hacer de gordo inocente y más bueno que el merthiolate) pone lo mejor de
sí para adelgazar esos kilos demás y enorgullecer a su viejo compañero de
trabajo que tantos buenos concejos le dio para abandonar esa vida llena de
excesos grasos de manera de lograr abrazar con algarabía la labor más
humillante del mundo, pero una noche, cuando Denzel prepara su ritual de
lectura en aquel bar, Chloe, la putita, es requerida por un cliente que la
golpea. Chloe no quiere acudir a su cliente, quien la espera con una limusina
en la puerta del bar y es un gordo desagradable. Y Denzel se hace el que lee su
libro pero bien que está atento a lo que ocurre. Finalmente el cafisho de Chloe
la llama por celular y le dice que, o se sube a la limusina del gordo, o la van
a recagar a patadas. Y Chloe acepta, es preferible una cachetada del gordo
antes que una venganza de la mafia rusa que la tiene capturada como esclava
sexual. Pero al día siguiente, Chloe llega al bar con tremenda trompada en un
ojo. Denzel se apiada de ella y por primera vez la deja sentarse a su mesa.
Hablan. Chloe le dice que su sueño es triunfar como cantante. Denzel le dice
que viven en Norteamérica, no en Argentina o en un lugar fracasado de esos, y
que puede hacer lo que quiera con su vida, que no necesita para nada vivir como
vive. Y hablan y hablan, toda la noche, hasta que la acompaña a su casa, pero
llegando al lugar, un poderoso Mercedes negro los acorrala y se bajan unos
mafiosos rusos, que le dan tremenda cachetada, la suben al auto y le
recomiendan a Denzel que se busque otra puta, ya que esta tenía los días
contados, ofreciéndole confundidos una tarjeta del bulín para no perderlo como
cliente.
Error.
A la noche siguiente Denzel vuelve al bar, pero
Chloe no asiste. El dueño del lugar, mientras pasa el trapo en la barra y sin
mirarlo, le señala que la joven está en terapia intensiva ya que un cliente le
dio más fuerte de lo que acostumbraba, pero Denzel sabe perfectamente que esa
golpiza no fue propinada por un cliente. Fueron sus jefes, quienes le dieron
una tunda aleccionadora para que aprenda a comportarse cuando un cliente la
faja. Denzel abandona el bar y acude al hospital. Chloe está destrozada,
desfigurada a trompadas. Esto no va a quedar así.
Toma del bolsillo la tarjeta y se acerca al
lugar donde los rusos atienden su negocio de sexo, y a pesar del que es
bastante inaccesible y la oficina final está asegurada por los más violentos
extras musculosos, Denzel logra entrar y abrir la puerta como quien va al baño.
Los rusos, quienes justo estaban contando plata, no pueden creer la insolencia.
¿Quién será este negro ridículo que osó entrar en nuestras oficinas? Estupor.
Y Denzel, sin pedir siquiera perdón o permiso y
con la voz muy calma, le ofrece al ruso un sobre con 9800 dólares a cambio que
dejen libre a Chloe, para siempre.
Pero Ruso desecha la oferta y le explica que
Chloe le genera esa plata por quincena, y que a lo sumo, por el violento
adelanto económico, que tiró sobre su escritorio, se la puede prestar un mes.
Denzel insiste, diciéndole que no deseche la oferta y todos sabemos que no debe
desecharla, ya que la otra opción es morir de la peor manera, pero el ruso no
lo sabe, o no lo quiere saber, o no lo debe saber. Lo único que le faltaba a
esta previsible, idiota y trillada película era que el ruso aceptara el trato,
ya que hubiese terminado el film en la primera docena de minutos, así que no
acepta y Denzel se guarda la plata y se va yendo. Pero justo antes de salir
hace la cuenta mental de cuánto tiempo le costará matar a los 7 u 8 rusos
armados que hay en la habitación, se da vuelta y los mata. Y se va por donde
entró.
Esto sacude a la plana mayor de la organización
mafiosa de trata de blancas, quien desde Moscú envía al más temerario asesino
serial aniquilador de Denzels Washingtons que pudiese haber en este mundo para
descubrir quién fue quien mató a sus empleados. Y el temerario ruso es más malo
que no sé qué. Es muy malo. Tan malo que ni miedo mete. Y llega a New York y se
pone a investigar quién fue el que cometió ese atropello. Y a pesar de que
montones de policías corruptos pagados por la organización están hace semanas
buscando al culpable, el ruso, mucho más inteligente, encuentra una imagen del
negro entrando al restaurante y asegura: “seguro que es éste negro”, sin
siquiera fundamento alguno.
Y así comienza entonces esta huevada
inexplicable en donde Denzel Washington hace de suave jubilado empleado de Wal
Mart que por las noches busca justicia por mano propia matando y golpeando a
quien lo merezca con una temeridad digna de un ex agente de la CIA, por lo que
ayuda al pobre Ralphie, ya que su madre fue víctima de la corrupción policial y
le quemaron el barcito que atendía porque no pagó la coima del mes y Denzel
encuentra y ajusticia a los policías corruptos a quienes les da una boba
lección de honor, y un día entra un ladroncete al WalMart y a punta de pistola
roba a una dulce cajera y Denzel esa misma tarde encuentra al malhechor que
robó a la cajera un anillo que era de su madre y… Y Dios no permita que Denzel
muera, ya que es el único que puede devolver la sonrisa y la justicia social a
sus amigos pobres que no entienden que jamás serán partícipes del sueño
americano mientras los rusos cada vez lo tienen más cercado hasta que ya no da
para más y, finalmente, va a pedir permiso a su ex jefa de la CIA para matarlos
a todos.
Y los mata a todos.
Incluso al jefe máximo. Se toma un avión, se va
a Moscú, entra en la mansión atiborrada de guardaespaldas y los mata a todos
culminando un film más elemental que no sé qué con un final más previsible que
tampoco.
El día que pasen dos años sin que Hollywood
publique una historia como esta, dejo de criticar cine.
Le pongo 1 Juanpablo. Denzel Washington da
vergüenza ajena.
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