Con: Steven Seagal, Steve Austin, Michael Paré, Ian Robison, Aliyah O'Brien, Steph Song y un elenco sorprendente
Dirección: Keoni
Waxman
Resulta que esta
vez, para deleite de todos nosotros, Steven Seagal logró extirparse el piloto
de negro cuero que había conquistado su cuerpo y ahora compone con gran tozudez
a "Cross" (aún no consigue dejar de lado los nombres pelotudos que elige
para sus personajes, pero dele tiempo, tampoco todo junto. Pasito a pasito, decía
mi abuela Catalina cuando fue ingresada a aquella granja de rehabilitación por alcohólica en 1984),
un experimentado y maduro marine que conduce con prestancia y a horario
completo la temible prisión infestada de presidiarios que, de tan pero tan
peligrosos, ni siquiera figuran en los archivos legales del gobierno haciendo
que el lugar sea una suerte de Guantánamo pero sin talento, sin presos
políticos y sin torturas ilegales, solo hay un puñado de pésimos actores que
gritan detrás de las rejas como perros rabiosos y, por como lo hacen, pareciera
que ni siquiera hubiesen visto de cerca un perro rabioso para al menos no
quedar como oligofrénicos gritones sin motivo.
Y la película
comienza con un sorprendente despliegue de tecnología de edición y menciones
impresas en la pantalla con gran sofisticación, cada actor, el director, el
productor e incluso los tiracables, aparecen mencionados con su nombre
acompañado con un destello y un ruidito computarizado, como un tipeo
cibernético del ciberespacio cibermoderno, y son muchos los que colaboraron en
esta imbecilidad, así que llega un momento, más o menos por la mitad de los
anuncios, que uno siente bastante molestia y pierde de entrada el hilo
conductor de la trama por los putos tipeos cibernéticos y destellos que Steven Seagal
vio como copados sin importarle, como es su costumbre milenaria, si suman o
restan a la hora de conseguir un film respetable.
Así es que Steven “Cross”
Seagal recibe a dos simpáticas presidiarias que deberá encarcelar cuando de
pronto ingresa al predio un camión de basura de la compañía “Troya”, al que así
le hubiesen puesto de nombre “Recolecciones Pablito” uno igual se hubiera dado
cuenta de que adentro del camión venían ocultos un sinnúmero de torpes extras
dispuestos a copar la prisión con algún incomprensible fin.
Y dicho y hecho, el
camión se atora, le pasa una cosa tan difícil de explicar que ni siquiera lo
entienden los propios actores que deben hacer como que lo arreglan y de pronto
¡PUM!, explosión y voladura de cajas de cartón, telgopor pintado y cajones de
madera para dar entrada a la pomposa e inútil aparición en escena de una docena
de extras ataviados de negro hasta la propia cara.
Mientras tanto, en
la puerta de entrada del predio, otro grupo de malos actores a los que les
asignaron los roles de adustos “Marshalls”, se disponen a ingresar para retirar
a las morochas por orden de no sé quién. El guardia les dice que ni en pedo,
que tienen que hablar con Cross. Cross no está, se fue al médico porque cuando
hay humedad le duele mucho la rodilla izquierda. Los marshalls no entran en
razones.
Piñas. Tiros.
Muerte. Copamiento de la prisión de ultra seguridad de Steven Seagal.
Entonces Cross, al
volver del médico y ver lo que ocurre se da cuenta que no le quedará otra que
reunir a sus más pésimos actores de confianza y luchar contra los extras malos
para recuperar a las dos insulsas morochas, y para ello se concentra y lookea a
tono con un traje de soldado, una gorrita con la visera para atrás, unos lentes
rojos y un impactante chaleco color caqui lleno de compartimentos que, con el
penoso momento actual que padece su cuerpo más su cara reventada de grasa,
tintura e implantes capilares a lo Alberto Martin, consigue, una vez ataviado y
dispuesto a aparecer en escena, asemejarse bastante a la abuela de las Tortugas
Ninja.
Y de ahí en más, lo
que sigue, es un desfile impiadoso e implacable de escenas malísimas, mechado
con rutilantes actuaciones que ni siquiera dan vergüenza ajena, todo salpicado
con apariciones muy contadas de Seagal que, disfrazado de abuela tortuga lo
único que conseguirá es hacerlo matar de la risa, infestando cada cuadro de acá
al final de patadas, piñas y comentarios pelotudos mientras nos muestran todo
el film recordándonos desde qué cámara de seguridad estamos viendo la acción
dentro del penal, como si eso sirviera de algo, entonces las imágenes dicen,
abajo a un costado: “cámara 18 – bloque G”, “cámara 47 – bloque R”, “cámara
20.000 – Bloque P”, todo con el maldito tipeo cibernético que inunda nuestras
orejas, así que ni se le ocurra. No vaya a cometer la estupidez de alquilar Maximum
Conviction. Alquílela "sí y sólo sí" si este tipo de cosas lo entretienen
y lo hacen matarse de risa, como es mi caso.
Steven Seagal no
tiene interés alguno en dejar de jugar al soldadito, por más que su cuerpo no
pueda casi moverse, por más que la gordura que tiene abarque la escena entera
que están filmando y por más que la ropa de rol que escoge le quede como el
mismo culo.
Quien sabe el tipo
no tiene espejo, guarda que esa puede ser una opción. Por ahí el hombre se
viste de soldado o de karateca o se pone esos estúpidos sacones de cuero y no
ve cómo le quedan. Quién sabe tampoco es de esos que después de colaborar en un
filme va y mira la película. Puede que el tipo vaya, actúe, cobre y se vuelva a
su casa a tocar la guitarra hasta su próxima colaboración, qué sé yo. Lo que sí
sé es que nadie en sus cabales puede hacer una película detrás de la otra con
este nivel de pelotudez y no interesarle siquiera un poquito el amor propio o
el respeto por el apellido de sus ancestros. Así que, una de dos, o Steven Seagal
está re pirulo, o el tipo no tiene ni espejo ni reproductor de DVD ni entradas gratis
para el cine.
Otra opción no hay.
Le pongo 0
Juanpablos