Con: Jason Statham, Agata Buzek, Benedict Wong
y gran elenco
Dirección: Steven Knight
Resulta que el pobre Joey Smith no puede
rehacer su vida luego de haber participado en un sinnúmero de guerras en donde
aplicó mano dura vengando a sus compañeros muertos aniquilando a montones de
amarillos, árabes y enemigos de toda raza que hubieren o hubiesen participado o
no en las muertes de sus amigos. Y este accionar destruye psíquicamente a
nuestro querido peladito musculoso, quien ni bien regresa a su Londres natal es
acechado por sus jefes militares para enjuiciarlo en una implacable corte
marcial que le dejará preso, por lo que decide desparecer en las calles y
transformarse en un vagabundo.
Así que ya caracterizado como indigente, con
poco pelo largo y viviendo dentro de una caja junto con una joven con quien “se
dan calor” (quizás deberían haber sido un
poco menos exagerados, ¿en una caja viven los indigentes en Londres?) se
pasa las noches titiritando de frío dentro de su caja haciendo que a uno le den
ganas de conseguirle al menos el barril del Chavo, mucho más rígido al menos,
donde no tiritaría pero diría “pípípípípí” si debiera enfrentarse con el
coquito de Ron Damón y de pronto vienen los cobradores de renta de las cajas
que, lejos de parecerse a Don Barriga, son más malos que la mierda misma y
trompean a los desesperados que osaren no pagar la renta –se ve que conseguir una caja de televisor gratis en Londres debe ser
muy difícil. Por ello hay un mercado negro de cajas grandes que luego son subalquiladas
por estos malvivientes que se aprovechan con sarcasmo de los que menos tienen-.
Y ya les llega el turno. Los malvivientes están trompeando a su vecino de
la caja de lavarropas Drean que vive ahí mismito a su lado así que ya les toca.
Joey clama a su compañera que no amedrente a los malvivientes y que les pague
lo que piden, pero estos ya están muy eufóricos y comienzan a trompear gratis a
sus inquilinos, tengan o no la plata del alquiler, así que le toca el turno al
viejo Joey, a quien le dan una merecida zurra y le rompen dos costillas.
Joey, en su afán por escapar, termina corriendo
por los techos e ingresando ilegalmente a una propiedad súper cómoda y
tecnológica, y luego de hacer una breve inspección del lugar y escuchando el
contestador automático, no puede dar crédito a su buena suerte: el departamento
en el que ingresó estará desocupado por dos meses, así que podrá vivir ahí
dentro, consumir los productos de la heladera. Afeitarse y cortarse el pelo,
vestirse con mejores ropajes e incluso pasear en el simpático Mercedes Benz que
aguarda en la cochera ya que el torpe propietario del lugar dejó todo en
condiciones de ser fácilmente utilizado por quien osara ingresar por la ventana
del techo, fácilmente violable.
Así que todo bien para nuestro indigente. Se
baña, se pasa la maquinita, se toca las costillas rotas, se cura. Encuentra
entre montones de sobres que el cartero tiró debajo de la puerta una flamante
tarjeta de crédito con el pin y todo, así que sale y comienza a extraer dinero
de los cajeros para poder disfrutar de una buena vida, pero la culpa por su
pasado de asesino de guerra más la culpa por su presente de usurpador de
ricachón inocente que deja todo en cómodas condiciones de ser usurpado lo
inundan en una cruenta angustia sin igual, por lo que decide ir a ver a una
monja que da alimentos a los desesperados y le pide antibióticos para curar sus
costillas rotas y luego le regala 500 libras para que se compre “algo lindo”.
La monja le hace caso y se saca un palco en la
despedida de una bailarina de la que es re fana mientras Joey termina de
recomponerse y comienza a trabajar de lavacopas en un restó chino y un día,
luego de una trifulca en una mesa donde unos hooligans comienzan a discutir en
voz alta, Statham los anula a los bifes y el dueño del lugar decide hacerlo
prosperar en el negocio y lo asciende de lavacopas a dealer de merca sin
escalas.
Y Statham comienza a cobrar montones de libras
y la culpa lo carcome entonces envía pizzas al nosocomio donde la dulce monjita
ofrece guiso de cebolla y todos los indigentes comen pizza y son felices y
luego un día le regala a la monja, preso de una cuantiosa culpa, un vestido
rojo que utilizará el día en que se despida la bailarina y todos los pobres son
felices y la monja también y Statham cobra mucha más plata y la monja comienza
a dejar de creer en Dios y en anhelar recibir, tanto por popa como por proa, el
rígido glande de nuestro viril protagonista.
Y la vida pasa y uno se pregunta qué está
haciendo perdiendo el tiempo viendo esta incongruencia y de pronto la culpa es
más fuerte que nada y Statham decide abandonar la mala vida, renuncia a su
cargo de dealer, carga un bolso lleno de plata para su ex mujer y se lo lleva a
su pequeña hija que no conoce y se lo entrega suponiendo que con eso ya está,
no hace falta más nada, y se va al departamento usurpado a enfiestarse con la
monja con quien pasan una noche llena de sexo minutos antes de que el
propietario llegara de su largo viaje a NY y cuando intenta ingresar a su casa
está el pestillo y no puede abrir y observa por la mirilla y ve cómo una monja
termina de cambiarse, se clava el último trago de cabernet y se raja por una
ventana con un pelado fornido que antes de partir le dejó sobre la mesa la
plata del alquiler por los dos meses, más la plata por los alimentos consumidos
y una carta pidiendo disculpas ya que de lo contrario la culpa hubiese
terminado con la vida de este pobre hombre que lo único que pretende desde que
comienza el film hasta que culmina, es redimir sus cruentos pecados vendiendo
merca, regalando pizzas y cogiéndose una insulsa monja que deja de creer en
Dios ya que, finalmente, le conoce la cara.
Una de las grandes pelotudeces del año, picando
en punta y peleando cabezas con la otra producción de Statham, Parker,
tan pero tan pelotuda que da vergüenza ajena.
Le pongo 3 Juanpablos, la sola imaginación de
montar esta tonta película merece un aplauso.
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