Con: Jennifer Lawrence, Elisabeth Shue, Max Thieriot, Gil Bellows y Eva Link
Dirección: Mark Tonderai
No. Muy tonta. Muy
para la pendejada. No va ni para atrás ni para delante.
Lawrence zafa, y Shue también. Buscaron cómo hacer para mantener al público masculino de tres
generaciones con las hormonas revolucionadas y lo lograron, pero la película es
muy pelotuda.
La trama es tan
evidente que por momentos uno se pregunta para qué perdieron tanto tiempo,
hubieran hecho un tráiler o un corto y listo. O una propaganda de Activia, con
Shue y Lawrence promocionando el yogurcito que afloja las heces y chau, no hacía falta montar todo esto.
Thieriot no
convence a nadie con su papel de joven sufrido, es patético. Patético y disneylandiano, debería ir a pedir trabajo a Disney, con esa cara y esa mala onda lo contratan seguro. Y Link tampoco, no intimida a nadie con ese ojo detrás del pelo y ese caminar vacilante.
Ah, otra cosa, una
advertencia para Hollywood: No queda bien hacer ver que una celebridad como
Lawrence "toca en una banda" si en la vida real no lo hace. Se nota. El esfuerzo
criminal que imprime la rubia al apoyar los dedos lo mejor que pueda en el
acorde Do de una guitarra acústica, sentada en canastita en el capot de una
típica Ford Bronco de los ’80 es tan pero tan forzado que uno la ve y siente
dolor en las yemas de los dedos. Y después, que la mina vaya el primer día al colegio (porque en yankielandia vos te mudás y ahí
nomás, al toque, ya estás en un colegio nuevo que es igual de plástico y neutro
que el anterior) y que de inmediato vengan dos pibes a ofrecerle para que
cantes en su banda y tengan justo a mano un pen-drive para que escuches lo que
hacen… Dios mío… ¿Cómo puede ser que no se les caiga una originalidad? ¿Siempre
lo mismo? ¿Siempre tocan en una banda? ¿Qué mierda les pasa a Hollywood y a
Disney con las bandas de rock? ¿Por qué no las dejan tranquilas de una vez por
todas, que ya bastante tienen que soportar con el presente flaco que están
atravesando?
Re mil patético. Re
mil.
Odio cuando hacen
ver que un personaje “toca en una banda”. Basta con eso porque hacen enojar. Es
muy rompe huevos que siempre muestren el mismo target de adolescente, la
próxima hagan otra cosa u obliguen a Lawrence a tomar clases exhaustivas de
guitarra con el Roña Castro, pero decirle: “Este
dedo va acá, este acá y este acá. No, acá te dije. Listo, quedate así que total
son diez segundos” lo nota hasta mi tía Marta que tiene unas cataratas así
de grandes y en su perra vida vio una guitarra a dos cuadras. Por favor, basta
con esa estupidez. No somos tontos.
Así que ya lo sabe,
si lo que usted busca es ver dos minas que están, dios santo, remil buenas, y
ese es el único requisito que necesita para esta noche, vaya ahora mismo a
alquilar The House at the End of the Street y cómprese unas palomitas
que la va a pasar fenómeno.
En cambio si le
picaron ganas de verse una peli para cagarse un rato en las patas, huya
despavorido hacia la góndola de terror y agarre cualquier otra opción, sin
mirar y al voleo, que seguro no se sentirá defraudado.
Esperaba otra cosa de The House at the End of the Street, una
película que transcurre en el bosque, filmada en dos casas separadas por
algunos árboles donde la única calle que pasa cerca es la de la ruta, por lo
que ni siquiera tiene sentido el nombre que le pusieron.
No iba a publicarla un lunes, pero
es tan mediocre, torpe e insistente con el temita de las bandas de rock que se
lo merece más que nada en el mundo.
Le pongo 3 Juanpablos. Si alguien sabe de un profesor de guitarra para Jennifer, acá les dejo el mail de ella, para que le pasen el dato: jennifer_lawrence@hotmail.com
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