viernes, 22 de marzo de 2013

Recomendación Vetusta Nº 72




Psycho (1960)


Con: Anthony Perkins, Janet Leigh, John Gavin, Martin Balsam, Vera Miles y gran elenco

Dirección: Alfred Hitchcock


Mucho se ha hablado de esta película, y muy trillada y conocida hasta el hartazgo es la escena de la ducha. Es más. Hay un libro que se llama "1001 películas que hay que ver antes de morir" o algo así que eligió para la portada el rostro de Leigh gritando asustada en la bañadera porque será acuchillada en breve. Pero hay algo que quiero subrayar de Psycho que es, quizás, lo que más me sorprende de todo lo que rodea a esta película de principios de los sesentas contaminada por todas las mañas absurdas de aquella época, en donde los actores debían actuar hasta los movimientos o las miradas más "de paso", debiendo gesticular hasta un pensamiento leve. Y ahí es donde me detengo en Anthony Perkins, porque la película arranca mal, con una escena medio erótica, si se quiere, para la época, en donde Leigh y Gavin, semidesnudos, insinúan que lo hicieron y que ahora seguirán con sus respectivas tareas en la ciudad, entablando una charla por demás de forzada, actuando sus roles de manera tragicómica.

O la escena siguiente, donde Leigh es practicamente acosada por un ricachón que le sacude un fajo con diez mil dólares en la cara y, medio borracho y súper sobreactuando la escena, le dice que "hay que sobornar a la infelicidad", para luego seguir haciendo tonto alarde de sus proezas económicas y dejando pagada una propiedad para su hija sin pedir recibo ni nada.

Luego ella va a su casa y prepara la valija, se piantará con el dinero y su actuación continúa rayando la exageración más sublime, mira el dinero sobre la cama con angustia, prepara la maleta, mira el dinero aún más angustiada, prepara la maleta. Todo recontra excedido.

Y las escenas que suceden de inmediato son igual de patéticas. Cuando se duerme en la ruta, o cuando decide cambiar el auto... Todo mal para Psycho, ya pasó media hora y lo único que tenemos es un montón de actores recontra chapados a la antigua que no conocen otro mecanismo que el que utilizan para expresar sus emociones desde que se inventó el cine, que parece salido de un musical norteamericano de los de Fred Astaire.

Y siempre lo cargaron a Ed Wood con eso de que no tenía espacio para la cámara y cuando llegaba un personaje en auto lo hacía salir por la puerta del acompañante, arrastrando el culo hacia el otro lado, ¡y Hitchcock hace lo mismo!

Pero justo en ese momento, justo cuando uno comienza a preguntarse qué habrá hecho que esta película tenga la fama que tiene, aparece Anthony Perkins, con un paraguas, socorriendo a la joven Leigh, que se moja inevitablemente con la copiosa lluvia y la ayuda a entrar en la oficina, para tomarle los datos e ingresarla como pasajera de su "Bates Motel".

Y ahí se entiende perfectamente qué pasó con Psycho, porque es tan contrastante la actuación de Perkins respecto de todo el resto de los actores, que uno se imagina lo que debe haber sido verlo en vivo y en directo, debe haber causado un gran revuelo. Porque su actuación patea el tablero de lo conocido y lo envía a la estratósfera. Es como Brando en "Un tranvía llamado Deseo", o como Heath Ledger en Batman, son esas actuaciones que pegan una cachetada y descolocan.

Y ahí arranca la película, y Perkins la lleva de la mano, corriendo como loco por la trama, sin importarle nada, sin preocuparse por cómo quedará este gesto o cómo estará cayendo su saco en la toma. Su personaje vive. Es real. Y el público está súper cagado en las patas, porque hasta ese momento, hasta que Perkins osó, desfachatado, mostrarse como un tipo real en una película, el televidente se animaba a ver terror imposible en cine. Y eso es lo que, desde mi modesto y humilde punto de vista, hace que Psycho sea lo que es, una película que no hay que dejar de ver.

Así que ya lo sabe, si anda con ganas de verse una buena película en blanco y negro, y quiere disfrutar de esto que le señalo, vea Psycho. Una película bisagra con un actor bisagra que marcó el rumbo de lo que vendría luego, sepultando para siempre la manera conocida hasta ese momento de pararse frente a un rollo de Panavisión.

En ese aspecto, le pongo 1.000 Juanpablos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Coincido con vos. Peeero... mi admiración por el director me hace suponer que todos los ”defectos” son adrede. Es más me arriesgaría a decir que ese estilo forzado de los actores es totalmente funcional al concepto de la peli, porque parece esa actuación chata y tosca de serie de TV que le da una atmósfera alucinante. No sé si se nota que es mi película favorita, pero no por esto, sino porque es la plantilla matriz de todo el cine de terror que se filmó a posteriori. Una super archi recontra obra maestra de todas las artes y de todos los tiempos. Para mí te quedaste corto con los Juanpablos...
Igual siempre es un placer leerte. Abrazo.

Gilmour, Juan Carlos dijo...

No, la época era así. No hubo nada "adrede", igual coincido con que fue "la matriz" de todo lo que vino después, de eso no hay dudas, los enfoques a la flor de la ducha son exquisitos, o cuando el auto deja de hundirse un instante para luego continuar con viaje al fondo, o cuando al final muestra escenas de Gavin intentando distraer a Perkins mientras Miles comienza a investigar dentro de la casa, buscando a la madre, debe haber sido increíble verla en aquel entonces. Fue la película que cambió el rumbo de la manera de hacer terror, sin dudas, pero la chotez habitual de la época está muy impregnada en todo el film, el final con la disertación del psicólogo, que explica claramente (y muy mal actuando) lo que pasa por la cabeza de un psicópata y Gavin le pregunta por qué se travestía como si no hubiese estado escuchándolo... Es re patético.

Pasa que todo eso se olvida cuando uno disfruta de lo que vale la pena de la peli, que es lo que hizo que sea lo que es.

Te mando un abrazo, gracias por leerme!