Con: Tara Reid, Joshua Ormond, Faust Checho, Brian Anthony Wilson, Bev Appleton
y la sorprendente actuación de Cloris
Leachman, una de mis ídolas del pasado que no perderá
su cocarda por haber participado en esta pelotudez, aunque eso no quita que no
haya quedado completamente alelado al verla rebajarse a trabajar en esta
película.
Dirección: Tom Mattera (hola, amigos) y David Mazzoni
Resulta que en una cruzada por montar una innecesaria y torpe
producción cinematográfica para aburrir al mundo entero con 100 largos minutos
de nada, los productores de este bodrio incasual contrataron a los más
aburridos actores que encontraron en plaza y, contactándose con el más lento e
inexpresivo director del mundo todo, se dispusieron a contarnos esta innecesaria
e inexplicable historia llena de escenas de relleno que, ya cerca del final de
la película y completamente azorados, no entenderemos cómo hicieron para meter
tantas escenas de relleno en un film compuesto pura y exclusivamente por
escenas de relleno. Sorprendente. Original.
Así es entonces que la película transcurre a comienzos de los ´70 en
algún aburrido condado de EEUU, donde el joven Bubú (así se llama el niño) es
testigo de una discusión familiar y ve claramente cómo su padre, borracho o
endrogado con alguna droga, apunta a su esposa a la cara con una escopeta, por
lo que a la mañana siguiente la joven madre decide abandonar el hogar en
compañía de Bubú y su pequeño VW escarabajo setentoso y hippie.
Y luego de mucho andar escenas de relleno, llegan al rancho de los abuelos
paternos de Bubú -porque la joven madre
tiene onda con sus suegros a pesar de que su marido es un borracho endrogado apuntador
con escopeta- y les pide por favor que cuiden del pequeño Bubú unas semanas,
mientras ella decide qué hacer con su vida (si
seguir participando o no en el film).
Los abuelos paternos reciben gustosos a Bubú. Pero la abuela (Cloris Leachman, por favor… Dios santo,
¿qué ha pasado contigo?) es más fumadora y más gritona que no sé qué, así
que se la pasa retando tanto al pequeño Bubú como a su propio marido, a quien llama
“honey” y el imbécil que hizo el subtitulado le mandó “Dulzura” haciendo que uno se ponga demasiado irascible
de entrada, cuando aún la película ni siquiera asomó a amagar a empezar a
mostrar dónde va a ir la historia.
Quizás el torpe que hizo los subtítulos hubiese cambiado “honey” por “querido” o “amor”, todos
sabemos que “honey” es “miel” y que ésta es “dulce” y por eso la traducción exacta
sería “dulzura”, pero hay que ser más
prácticos y más objetivos en este mundo. O menos pelotudo. Nadie le dice “dulzura” a su pareja todo el tiempo:
“¡Dulzura!, ¡está la comida!”
“¡Dulzura! ¡Cómprame 300 gramos de muzzarela para la noche!”
“¡Dulzura!, ¡te dije que no entraras a la casa con esas botas embarradas!”
“¿Dónde estás, dulzura?”
Son unos pocos ejemplos para que usted se sitúe en el flagelo que tuve
que soportar durante todo el transcurso de esta tonta película, que desde que
la joven madre deja a su hijo en manos de sus suegros, allá por el capítulo 2
en adelante y por los próximos 10.000 capítulos siguientes, las escenas de
relleno se suceden sin destajo, mostrándonos al abuelito yendo al pueblo a
comprar víveres en compañía del silencioso Bubú, que no hace nada en todo el
film, yendo luego a beber una cerveza al bar con su nieto-momia a quien le da
unas monedas para que juegue al flipper y lo deje chupar tranquilo para luego
volver a la granja a escuchar los constantes retos de su mujer, que entre
cigarrillos y chillidos vive renegando de todo lo que su marido hace, siempre
mencionándolo como “dulzura” hasta
que 20 horas de film más tarde, el pequeño Bubú finalmente -la puta que lo parió- decide meterse en el sembradío de choclos a
pesar de la prohibición de su abuela, que le dijo que si se metía ahí dentro se
perdería y moriría y tardarían tanto en encontrarlo que cuando finalmente lo
encontraren siguiendo el olor a podrido de su cuerpo sólo rescatarían un cadáver
negro y putrefacto que no serviría ni para velar a cajón abierto (una dulzura, la abuela). Y corre y
corre por entre los maizales hasta que ve el cadáver de una joven drogadicta.
Y de ahí en más la película trata, sin éxito alguno, de mostrarnos esta
“historia basada en hechos reales”
que intenta ligar los asesinatos del célebre Charles Manson y las hippies
drogadictas que lo rodeaban con la infancia del pequeño Bubú, que desde que
ingresó en el maizal es perseguido por un extraño ser vestido de traje rojo con
moñito que no asusta ni a un multifóbico perdido.
Así que por favor déjenme de joder con esta estupidez inexplicable, que
me dio muchísima indignación perder el tiempo en verla.
No sirve ni para enojarse.
Le pongo 1 Juanpablo, la escena en que la vieja manda a Dulzura a
comprar un cepillo de dientes (tooth brush) y el sordo del marido le trae del
pueblo una enorme jaula de pájaros (birdcage) está tan mal cortada, tan mal
editada y queda tan pero tan sola en el medio del film que me hizo saltar una inevitable
carcajada.
Es patética esta película. Patética.
Si no quiere morirse viéndola, porque ni siquiera hace dormir, mata
directamente; no alquile este bodrio inhumano.
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