lunes, 18 de marzo de 2013

The Fields (2011)








Con: Tara Reid, Joshua Ormond, Faust Checho, Brian Anthony Wilson, Bev Appleton y la sorprendente actuación de Cloris Leachman, una de mis ídolas del pasado que no perderá su cocarda por haber participado en esta pelotudez, aunque eso no quita que no haya quedado completamente alelado al verla rebajarse a trabajar en esta película.

Dirección: Tom Mattera (hola, amigos) y David Mazzoni


Resulta que en una cruzada por montar una innecesaria y torpe producción cinematográfica para aburrir al mundo entero con 100 largos minutos de nada, los productores de este bodrio incasual contrataron a los más aburridos actores que encontraron en plaza y, contactándose con el más lento e inexpresivo director del mundo todo, se dispusieron a contarnos esta innecesaria e inexplicable historia llena de escenas de relleno que, ya cerca del final de la película y completamente azorados, no entenderemos cómo hicieron para meter tantas escenas de relleno en un film compuesto pura y exclusivamente por escenas de relleno. Sorprendente. Original.

Así es entonces que la película transcurre a comienzos de los ´70 en algún aburrido condado de EEUU, donde el joven Bubú (así se llama el niño) es testigo de una discusión familiar y ve claramente cómo su padre, borracho o endrogado con alguna droga, apunta a su esposa a la cara con una escopeta, por lo que a la mañana siguiente la joven madre decide abandonar el hogar en compañía de Bubú y su pequeño VW escarabajo setentoso y hippie.

Y luego de mucho andar escenas de relleno, llegan al rancho de los abuelos paternos de Bubú -porque la joven madre tiene onda con sus suegros a pesar de que su marido es un borracho endrogado apuntador con escopeta- y les pide por favor que cuiden del pequeño Bubú unas semanas, mientras ella decide qué hacer con su vida (si seguir participando o no en el film).

Los abuelos paternos reciben gustosos a Bubú. Pero la abuela (Cloris Leachman, por favor… Dios santo, ¿qué ha pasado contigo?) es más fumadora y más gritona que no sé qué, así que se la pasa retando tanto al pequeño Bubú como a su propio marido, a quien llama “honey” y el imbécil que hizo el subtitulado le mandó Dulzura” haciendo que uno se ponga demasiado irascible de entrada, cuando aún la película ni siquiera asomó a amagar a empezar a mostrar dónde va a ir la historia.

Quizás el torpe que hizo los subtítulos hubiese cambiado “honey” por “querido” o “amor”, todos sabemos que “honey” es “miel” y que ésta es “dulce” y por eso la traducción exacta sería “dulzura”, pero hay que ser más prácticos y más objetivos en este mundo. O menos pelotudo. Nadie le dice “dulzura” a su pareja todo el tiempo:

“¡Dulzura!, ¡está la comida!”

“¡Dulzura! ¡Cómprame 300 gramos de muzzarela para la noche!”

“¡Dulzura!, ¡te dije que no entraras a la casa con esas botas embarradas!”

“¿Dónde estás, dulzura?”

Son unos pocos ejemplos para que usted se sitúe en el flagelo que tuve que soportar durante todo el transcurso de esta tonta película, que desde que la joven madre deja a su hijo en manos de sus suegros, allá por el capítulo 2 en adelante y por los próximos 10.000 capítulos siguientes, las escenas de relleno se suceden sin destajo, mostrándonos al abuelito yendo al pueblo a comprar víveres en compañía del silencioso Bubú, que no hace nada en todo el film, yendo luego a beber una cerveza al bar con su nieto-momia a quien le da unas monedas para que juegue al flipper y lo deje chupar tranquilo para luego volver a la granja a escuchar los constantes retos de su mujer, que entre cigarrillos y chillidos vive renegando de todo lo que su marido hace, siempre mencionándolo como “dulzura” hasta que 20 horas de film más tarde, el pequeño Bubú finalmente -la puta que lo parió- decide meterse en el sembradío de choclos a pesar de la prohibición de su abuela, que le dijo que si se metía ahí dentro se perdería y moriría y tardarían tanto en encontrarlo que cuando finalmente lo encontraren siguiendo el olor a podrido de su cuerpo sólo rescatarían un cadáver negro y putrefacto que no serviría ni para velar a cajón abierto (una dulzura, la abuela). Y corre y corre por entre los maizales hasta que ve el cadáver de una joven drogadicta.

Y de ahí en más la película trata, sin éxito alguno, de mostrarnos esta “historia basada en hechos reales” que intenta ligar los asesinatos del célebre Charles Manson y las hippies drogadictas que lo rodeaban con la infancia del pequeño Bubú, que desde que ingresó en el maizal es perseguido por un extraño ser vestido de traje rojo con moñito que no asusta ni a un multifóbico perdido.

Así que por favor déjenme de joder con esta estupidez inexplicable, que me dio muchísima indignación perder el tiempo en verla.

No sirve ni para enojarse.

Le pongo 1 Juanpablo, la escena en que la vieja manda a Dulzura a comprar un cepillo de dientes (tooth brush) y el sordo del marido le trae del pueblo una enorme jaula de pájaros (birdcage) está tan mal cortada, tan mal editada y queda tan pero tan sola en el medio del film que me hizo saltar una inevitable carcajada.

Es patética esta película. Patética.

Si no quiere morirse viéndola, porque ni siquiera hace dormir, mata directamente; no alquile este bodrio inhumano.


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