lunes, 5 de mayo de 2014

Assassin’s Bullet, o "Sofía", nunca queda claro como es que finalmente se llama esta pelotudez (2012)






Con: Christian Slater, Elika Portnoy, Timothy Spall y el gran Donald Sutherland

Dirección: Isaac Florentine



Resulta que en una soleada y apacible mañana parisina, unos padres re malos actores llevan a su hija de al menos doce a hamacarse en una plaza cuando esta recreación infantil es más habitual en niños mucho más pequeños, y se van a tomar un café y a besuquearse a unos metros en uno de esos típicos y floridos barcitos al paso que abundan en Europa. Y se nota que son muy felices y se aman por doquier y quieren a esa hija como nunca otra familia se ha querido en este planeta cuando de pronto un maléfico e injusto árabe aparece por el lugar con un maletín, corre de un cachetazo el arreglo floral de la mesa contigua a la de los padres de la niña y, con esa expresión de nerviosismo típica de aquel que estuviere por detonar un explosivo, grita “Alá es grande” y detona un explosivo.

Pum. Explosión. Detonación de explosivo. Fuego. Familia destruida.

Mientras tanto, como veinte años después, Christian Slater, en la piel de un excepcional empleado de la Embajada de Estados Unidos del que jamás explican el rango, se dispone a ir a su confuso trabajo caminando las calles de Sofía, capital de Bulgaria, pero detiene su andar presa de una lija bárbara y se compra un extraño alimento búlgaro, como una pizza o rosca de pascuas (porque vio que EEUU siempre dibuja estos países europeos como si estuviesen cientos de años atrasados en el tiempo y solo comieran tortillas compuestas por dudosos ingredientes, o sopa de porotos). El vendedor ambulante que vende esa arcaica empanada o torta búlgara también ofrece pañuelos en su puesto, y Slater le compra uno, es norteamericano y la plata le sobra, así que se lo anuda al cuello y ahora sí se dispone a caminar a su oficina degustando esa extraña buñuela o alfajor santafesino que acaba de comprarse, pero qué caray, justo que le da un mordisco advierte a una vieja búlgara y a su nietita buscando comida en un tacho de basura, y él es un norteamericano con sus necesidades básicas satisfechas, así que no importa su monumental languidez estomacal, él no puede tolerar el hambre que hay en este mundo y les ofrece su ensaimada o focaccia búlgara que acaba de comprarse y ahora sí, se encamina a su oficina.

Mientras tanto, en otra escena, el otrora buen actor de reparto Timothy Spall, vistiendo con gran tosquedad las ropas de un psicólogo de ocasión, interpela a la joven Vicky, una rubia muy mal actriz medio narigona que tiene un severo trauma y no recuerda nada de su pasado sumado a unas pesadillas recurrentes sobre estar hamacándose cuando no tan niña y ver a su padres volar por el aire junto con otras pesadillas de unos mimos haciendo una ronda a su alrededor mientras unos agentes secretos la observan amenazantes más una última pesadilla en donde ella entrega su cuerpo a cientos de malvivientes que harán cola para penetrarla a cambio de unos pocos pesos para que pueda comprarse droga (lamentablemente esta pesadilla no será recreada por nuestro director mientras que las otras dos sí, todo el tiempo).

Pero una noche, de pronto, una morocha de pelo lacio ataviada toda en cuero que uno juraría es la propia rubia con peluca y prendas de cuero, se dispone a acatar las órdenes que recibe en un muy berreta celular y sale a acribillar malnacidos.

Estados Unidos (¿?) da la orden de entregar el caso a Slater quien aún no se entiende qué rol cumple en esa oficina que utiliza en la fría capital de Bulgaria y está ahí haciendo como que mira la computadora cuando recibe un mail del embajador norteamericano, pidiéndole que se acerque a su oficina, ya que quiere conocerlo.

Slater se sorprende, finalmente tendrá una entrevista nada más y nada menos que con el embajador de los Estados Unidos de Norteamérica. Sus cejas demuestran pasmo, orgullo y nerviosismo (como en cada expresión que Slater compone en su rostro todo el tiempo) así que se levanta como un resorte de su silla reclinable y camina ansioso, al fin conocerá al embajador. Los nervios lo inundan. Sale de su oficina y le dice a su secretaria, quien se encuentra en la oficina siguiente, inmediatamente pegada a la suya: “Tengo una entrevista con el embajador”, señalando una puerta pegada al escritorio de su secretaria, quien le hace un ademán con la mano de “por favor, adelante”, y Slater abre esa puerta e ingresa en la oficina del Embajador, quien se levanta de su sillón de embajador y, abriendo enorme sus brazos le exclama “Robert!, finalmente nos conocemos!” y yo me pregunto, ¿Cómo hacía el embajador, compuesto por un desesperado Donald Sutherland para entrar en su oficina y no advertir todas las mañanas a Slater, quien trabaja en la pieza de al lado? ¿Entraba por la ventana? ¿Tenía cegueras repentinas que lo hacían perder la vista en los momentos precisos en que iba o venía de su trabajo? ¿Quién fue el tremendo pelotudo que ideó esta monumental pelotuda escena?

Una vez finalmente presentados, Sutherland lo invita a pasear por la plaza para contarle cuál será su labor y, copiando con muy mal tino la mítica escena que hiciere JFK en donde le develaba mil barbaridades a Kevin Costner, hace lo mismo con Slater y le dice que hay un agente secreto que trabaja solo y que está acabando con todos los malos de Bulgaria, y esto está mal visto por las autoridades pertinentes así que hay que apresarlo. Slater vuelve a poner esa cara suya que denota mil dispares expresiones faciales y se encomienda a apresar al secreto agente cuando debería haberse ido a comer unas buñuelas y a caminar por ahí y dejar que este extraño y copado agente secreto que para colmo de buenas trabaja gratis, acabe de una vez con el mal, pero Slater es un excepcional agente de la Embajada, y acata las ordenes sin chistar.

Pero no todo es trabajo y tensión en la vida de este mal actor de pacotilla, la noche y las odaliscas son su talón de Aquiles. Tiempo atrás Slater perdió trágicamente a su esposa, quien murió de un disparo, y la felicidad le es esquiva. Solo puede permitirse un poco de alcohol y una charla amena con su amigo el psicólogo que atiende a la rubia pesadillosa, cuando de pronto, una odalisca de colorado pelo enrulado que no llamaría la atención del más necesitado ex presidiario atacado por un monumental deseo de tener sexo ocasional y que si uno prestara muy poca atención juraría que es la rubia traumada y la morocha asesina, esta vez con pelirroja peluca, se dispone a mover las ancas para deleite de los ojos de Slater, quien de inmediato comienza otra vez con sus expresiones erráticas, que denotan sorpresa, desconfianza, amor y odio a la vez. Y su amigo psicólogo se da cuenta y le aconseja que deje atrás el pasado, que su mujer está bien muerta y que no volverá nunca más, que se deje de joder y entierre de una vez por todas la batata.

Pero Slater no puede sentir deseos sexuales. Amó demasiado a esa extra que aparece en las fotos y el dolor por su muerte es tan pero tan grande que no consigue demostrarlo como corresponde haciendo las caras más absurdas que usted imagine mientras hojea con dolor un viejo álbum de fotos.

Y los días pasan y Slater no encuentra pistas suficientes para detener a la morocha y la colorada sigue moviéndole el culo mientras la rubia mantiene sus sesiones de terapia y la película es más mala que no sé qué, así que déjeme tranquilo con esta nueva huevada de Christian Slater quien, para despistarnos, consiguió la torpe colaboración de Donald Sutherland y Timothy Spall, dos actores de renombre que nada deberían haber hecho en este film seguramente montado para cebar el orgullo del novio de esta muchacha mal actriz (que hace de morocha, rubia y colorada y que hasta el más despistado espectador reconocería detrás de las tres pelucas que se pone)quien sin dudas es aquel que puso la tarasca para producirla, 


Le pongo 2 Juanpablos, la escena en donde la morocha asesina mata a un perro advirtiéndole que no puede dejar testigos, es lo más idiota que he visto en mucho tiempo.

1 comentario:

Luciano dijo...

Tuve la desgracia de verla antes de leer esta crítica. Aunque confieso que si la hubiera leído primero, la hubiera mirado con más ganas y de otro modo. Excelente redacción.